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za, en lugar de coroza, llevasen unas escofietas, dispuetas al rigor de la moda que entonces corria, con lo que hubo de conseguir que ninguna de aquellas petimetras se atreviese á volver á ansarlas, y arrinconó de un golpe quantas había en dicho pueblo, pero fué un medio áspero é indiscreto, y por él se conciliaria el ódio y la persecucion del otro sexô, y aun el desagrado de los tribunales, cuya circunspeccion desaprueba justamente semejantes extravagancias é imprudencias, y los medios que puedan ser ofensivos, y causar dolor. Nada de eso me aquieta ni me templa, dixo Don Feliciano, y en los términos que veo la cosa, desearia que hubiese muchos hombres de seriedad y circunspeccion, que empezasen á ridiculizar y desaprobar las raras y ridículas invenciones y requisitos que cada dia van saliendo, y que hubiese muchos Catones como el Uticense, de quien tengo leido, que entrando en el teatro con la gravedad y compostura que era propia de su dignidad censoria y de su prudencia, contuvo con ella al populacho, y nadie se atrevió á desmandarse á licencia alguna á la presencia de Caton.

Aunque eso es verdad, replicó Don Modesto, y seria muy conducente lo que acabas de proponer, sucede que hay pocos Catones, pues por lo general los hombres hacemos asunto y empeño en dexarnos arrastrar de las ideas y caprichos de nuestras propias mugeres; en lugar de afearlo, aprobamos quanto á ellas les gusta, y aun queremos imitarlas, y apostárselas en las invenciones del luxo, y de este modo se ha ido fomentando mas y mas el desarreglo; cada dia menudean mas las modas, y cada dia tienen ménos subsistencia y duracion, expeliéndose y empujándose unas á otras, como las aguas de la corriente de un rio. No podré yo explicarte las mutaciones que en el otro sexô ha tenido el peynado desde que vivo en la Corte, porque ni he podido observarlaş todas, ni esta curiosidad congenia con mi natural, ni se compadece con mis ocupaciones. Esta parte de adorno, en que regularmente ponen las señoras el mayor cuidado y vanidad es la que está sujeta á mayores y mas freqüentes mutaciones, que cada dia van inventando los peluqueros y peynadores como á porfia, y como que en distinguirse los unos sobre los otros, y en hacer cada uno una nueva especie de peynado, que no sea fácil de imitar y executar por los demas, va su mayor utilidad, y el ser buscados para las personas de mas alta gerarquía. A estas quieren igualarse las

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de mediana estofa, y si cada dia han de salir de moda, porque cada dia hay una distinta, sacrifican en una cosa que ha de deshacerse á la noche, lo que no es razon, y lo que poco a poco va atrasando la casa, y arruinando la familia. No puede considerarse sin dolor el que cada dia hayan de hacerse nuevos gastos en gasas, plumas, ramos, flores, cintas, polvos, pomadas, peynes, y otros adornos que van variando, segun la continua mutacion de peynados, y que no se haya de adoptar uno constante, ó á lo ménos de alguna duracion. Siempre fué en este punto desmedido el capricho y vanidad del otro sexô; pero lo fué con mas constancia y moderacion.

El Apóstol San Pedro tuvo que reprehenderle el abuso y luxo de ensortijarse y enrizarse los cabellos (1), y el de entrar á orar la cabeza descubierta. En los autores antiguos leemos los muchos adornos que usaron las mugeres en la cabeza, propasándose hasta apropiarse, y usar los sacerdotales y los reales. Leemos que las antiguas mugeres usaron Títulos, Tiaras, Mitras, Galeros, Pileos, y otros adornos, que servian solo para la cabeza, sin omitir, y entrando tambien á la cuenta las Fascias, las Vittas y Umbelas:

(1) Esto lo prohibe S. Pedro, Ep. 1. cap. 3. v. 3.

siempre fué desmedido el luxo que en esta parte usó el otro sexô; pero tuvieron la moderacion de no variarle con la facilidad que vemos en nuestros dias, y de apropiar cada uno de dichos adornos, segun la variedad de circunstancias y ocasiones en que debian usar de cada uno. No dexo de admirarme, dixo Don Feliciano, al oirte referir tantas cosas, y quisiera que me explicases, qué especie de adornos capitales eran los que acabas de referir de las antiguas damas, y que servian para el fausto de aquellos tiempos. No pienses, añadió Don Modesto, que todos los que acabas de oir se usaban por todas promiscuamente, y por capricho ó moda, como ahora sucede: cada uno en su orígen fué peculiar de su distinta region, y propio de determinada clase de personas, aunque despues por el abuso se fueron extendiendo y usando promiscuamente de todos, segun el antojo ó capricho. La Tiara era propia de las Persas, peculiar de sus Reyes y Sacerdotes, como lo escribe y testifica Testor en su Oficina (1), aunque despues se usó por las demas mugeres, que por la vanidad que les inspira su sexô quisieron imitar á sus Reynas y Sacerdotisas; contagio que tambien cun

(1) Textor, in Officin. tit. 6.)

dió a las Romanas en el uso de los Títulos, que eran adornos propios en su orígen de solas las Sacerdotisas y Vestales. El Galero le creo propio de los dioses fabulosos de la gentilidad, y particularmente Mercurio, segun la expresion de Claudiano (1):

........Cillenius astitit ales, Somniferam quatiens virgam, tectusque galero.

Aunque despues tambien vulgarizado á ámbos sexos, y por el mismo capricho y prurito de imitar á los mas distinguidos personages, y presentarse con los adornos peculiares de estos. Lo mismo sucedió á los Títulos, adorno Romano, que inventó é instituyó Numa Pompilio, apropiándole y señalándole á los Sacerdotes y Sacerdotisas, y prescribiendo usasen de él en los sacrificios; pero llegó el tiempo de que se vulgarizó esta especie de adorno de ceremonia, ó liturgia, á toda clase de personas, y de que en las casas y patios de los Romanos se viesen pintados ó esculpidos los Títulos que habian usado sus mayores, entre los retratos é imágenes de estos, con lo que se entiende, y percibi

(1) Claudian. de Raptu Proserpin.

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