Obrázky na stránke
PDF
ePub

se debe que naciesen en tales desventuras; pero el que medite sobre esto, ¿acaso no disculpará el suicidio de las doncellas de Mileto, aunque sienta por ellas profunda compasión? ¿Quiénes han sido, principalmente, los que apelaron al suicidio buscando en él un recurso contra el destino y contra el hastío de la vida? ¿No fueron, por ventura, los devotos de la sabiduría? Y paso en silencio a los Diógenes, los Xenocrates, los Catones, los Casios y los Brutos, porque bastará recordar a aquel Chirón que, pudiendo sentarse entre los inmortales, prefirió la muerte de buen grado. Supongo que comprenderéis bien lo que sería del mundo si todos los hombres fueran como estos sabios, reconociendo que en tal caso habría que echar mano a una nueva arcilla y acudir a otro alfarero como Prometeo. Por eso yo, valiéndome, unas veces de la ignorancia, otras de la irreflexión, algunas del olvido de los males, no pocas de la esperanza de los bienes, y, en ocasiones, de una gota de la miel de los deleites, voy remediando de tal modo las innúmeras calamidades humanas, que ningún mortal quiere dejar la vida aunque se le acabe ei hilo de las Parcas y haga ya tiempo que comenzó a despedirse del mundo, pues estas circunstancias, que precisamente debieran ser el motivo de que los hombres no deseasen

conservar la existencia, son, sin embargo, las que más les encienden las ganas de vivir; ¡tanto aborrecen experimentar cualquier tristeza!

Sí; yo soy, sin disputa, la que concede el don de que haya por doquier esos viejos de senectud nestorea que no tienen ya ni figu

[graphic]

ra humana, balbucientes, chochos, desdentados, canosos, calvos, y, valiéndome de las mismas palabras de Aristófanes, secos, encorvados, fatigosos, arrugados, pelados, de encías despobladas y llenos de alifafes, pero que, a pesar de ello, están de tal suerte ape

gados a la vida y tanto les gusta presumir de mozos, que el uno, se tiñe las canas; el otro, disimula la calva con una peluca postiza; el otro, usa dientes que acaso tomó prestados a una cerda; éste, muere de amores por una rapaza, y aun pretende superar los extremos del mancebo enamorado, y no es raro que cuando ya están decrépitos y con un pie en la sepultura, tomen por esposa a alguna jovenzuela, aunque sin dote, y destinada para el uso de los demás, cosa que se va poniendo tan de moda, que casi se la estima como un mérito. Pero aun es mucho más tierno ver a algunas de esas viejas, muertas de ancianidad ha luengos años, y con tal aspecto de cadáver, que se diría que son difuntas resucitadas, miserias que no les impide decir constantemente que la vida es muy dulce, ni andar rijosas como gaias, o, usando de la frase griega, sensuales como cabras; las cuales proporciónanse algún Faón, alquilado a buen precio; se embadurnan continuamente el rostro con afeites; van con el espejo a todas partes; se depilan las regiones más intimas de su cuerpo; hacen gala todavía de los flácidos y averiados pechos; solicitan sus apetitos con gruñidos lánguidos y temblones; empinan el codo a todas horas; se entretienen en los bailes de las muchachas y escriben cartitas amorosas. Todos se ríen de ellas,

porque, en efecto, son de lo más estulto que se conoce; pero ellas están satisfechísimas

[graphic]

de sí mismas, hallánse en sus delicias y, dichosas con mis favores, resúltales la vida una pura miel.

Los que piensen que todo esto es una ridiculez, consulten en su fuero interno si no es mil veces mejor dejarse llevar de esas locuras que así endulzan la existencia, que buscar un árbol donde ahorcarse, como se dice vulgarmente; pues es de advertir que lo que las gentes reputan deshonra vergonzosa, mis partidarios no lo aprecian del mis

mo modo, porque, o no experimentan este género de mal, o, si algunos lo sienten, les tiene completamente sin cuidado. A lo que ellos llaman desgracia es a que una teja les caiga encima de los cascos, pongo por caso; pero como la vergüenza, la infamia, la injuria y la calumnia, en tanto ofenden en cuanto se tiene la conciencia de ellas, claro es que cuando falta esta conciencia, no se estiman como males. ¿Qué le importa a uno de que le silbe todo el mundo, con tal de que él se aplauda? Pues bien; si hay alguien que pueda dispensar tanto favor, estad persuadidos de que no es otra que la Estulticia.

rancia. La edad de oro.

Ya oigo protestar a los filósofos: «Pero Elogio de la ignoeso que tú ensalzas—me dirán es deplorable; eso es estulticia; eso es errar; eso es engañarse; eso es ignorar.» Más bien-contestaría yo, eso es ser hombre; y no me explico por qué lo llamáis deplorable, cuando así habéis nacido, así os habéis criado, así os habéis educado, y esa es la condición de todos los mortales. No es posible decir que sea deplorable aquello que se deriva de la propia naturaleza del sér, si es que no se juzga, por ejemplo, que sea una desgracia para el hombre no poder volar como las aves, ni andar a cuatro patas como los cuadrúpedos, ni estar

« PredošláPokračovať »