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desesperado de hallar lo que buscan, réstales aún una máxima que es para ellos altamente consoladora, a saber: que las cosas grandes, con intentarlas basta; in magnis et voluisse sat est, y así, achacan el fracaso a la brevedad de la vida de un hombre, que nunca es suficiente para concluir las arduas empresas.

En cuanto a los jugadores, dudo un poco en decidir si deben o no ser admitidos en nuestra cofradía; pero no se negará que es absolutamente estulto y ridículo el espectáculo que ofrecen algunos de ellos, tan domina

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dos de la pasión del juego, que así que oyen el ruido de los dados, ya les está dando brin

cos el corazón. Además, y a causa de los lazos que constantemente les tiende la avaricia de la ganancia, llevan su patrimonio a naufragar y estrellarse en el escollo del tapete verde, no menos temible que el de Malio; pero apenas han salido del agua en cueros vivos, serán capaces de defraudar a cualquiera antes que a quien les ganó el dinero, para que no se diga que son hombres de poca formalidad. ¿Qué más? Cuando ya son viejos y están casi ciegos, juéganse las gafas y hasta los ojos, y, por último, cuando la vengadora gota les ata los artejos, llevan consigo a algún alquilón que por ellos maneje el cubilete; todo lo cual sería verdaderamente delicioso si no fuera que como del juego muchas veces suele resultar la ira, más bien que a mi jurisdicción, corresponde a la de las Furias.

forma de estulticia: consejas, oraciones milagrosas, ofrendas, falsas indulgencias, ensalmos, culto de las imágenes, exvotos y funera

Hay otros hombres que, sin ningún género La superstición como de duda, son de nuestra grey, a saber: los que encuentran viva delectación en contar o en oír consejas de milagros y prodigios, relatos de los que nunca se ven hartos con tal de que se refieran a portentos de espectros, de duendes, de fantasmas, de infiernos y de otras muchas zarandajas extraordinarias por el estilo, las cuales, cuanto más lejos estén de lo verosímil, más fácilmente se las tragan y con

les.

mayorencanto regalan sus oídos. Repárese en que esto, no tan sólo sirve para matar el tiempo a maravilla, sino también para ganar dinero, principalmente a los clérigos y predicadores.

Tales supersticiosos son afines de aquellos otros que tienen la necia pero chistosa persuasión de que si ven una talla o pintura de San Cristóbal, ya no se morirán aquel día, o

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de que rezando cierta oración ante la efigie de Santa Bárbara, volverán sanos y salvos de la guerra, o de que visitando la imagen de San Erasmo en determinados días, llevándo

le tantas o cuántas velas y diciéndole tales o cuáles preces, en breve han de nadar en la opulencia. Estos han averiguado que del mismo modo que se inventó un nuevo Hipólito, Hércules se ha convertido en San Jorge, y aunque no adoren del mismo modo que al Santo al caballo que monta, y al cual engalanan con jaeces y gualdrapas, procuran, no obstante, granjearse su benevolencia por medio de algunas ofrendillas, y tienen por cosa digna de reyes poder jurar por el broncíneo yelmo del jinete.

¿Y qué diré de aquellos que con indulgencias por ellos puniblemente fingidas, embaucan a las gentes con mucha suavidad y calculan como con clepsidra la duración del Purgatorio, contando los siglos, los años, los días, los meses y las horas, sin incurrir en el más mínimo error, cual si se sirviesen de tablas matemáticas? ¿Qué diré de los que confían en que usando de ciertas palabras mágicas y ensalmos inventados por algún devoto impostor, ora para salud de las almas, ora para provecho de su bolsa, prométense nada menos que las riquezas, los honores, los goces, la abundancia, una salud a prueba de bomba, una larga vida, una vigorosa vejez y, al cabo, un puesto en el Paraíso al lado de Cristo? Bien es verdad que hasta última hora no sienten maldita la impaciencia por ocuparlo, o sea

mientras les es posible disfrutar de los placeres del mundo, a los que se agarran con dientes y con uñas, pues sólo cuando se les acaban definitivamente, es cuando, según ellos, deben comenzar las venturas celestiales.

También han de ser incluídos en esta clase algunos negociantes, soldados y jueces que ofreciendo para obras pías un mísero ochavo de sus rapiñas, créense ya tan limpios de culpa cual si se hubiesen bañado en la laguna Lerna y redimidos como por escritura pública de sus perjurios, de sus liviandades, de sus borracheras, de sus camorras, de sus asesinatos, de sus calumnias, de sus perfidias y de sus traiciones, hasta el extremo de tener el convencimiento de que han adquirido patente para comenzar de nuevo sus fechorías.

Pero ningunos más estultos, o, por mejor decir, más dichosos que esos otros que aspiran a algo que es superior todavía a la felicidad suprema recitando a diario aquellos famosísimos siete versículos de los salmos, pues bien recordaréis que el rezo de estos mágicos versículos, supórese que le fué indicado a San Bernardo por cierto demonio burlón, aunque más ligero que malicioso, ya que se enredó en sus mismas redes.

Pues bien; todo esto que es tan estulto que casi a mí misma me avergüenza, no solamente ha merecido la aprobación del vulgo, sino

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