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también la de los maestros en religión. Pero,

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¿qué más?: al mismo género de estulticia corresponde la costumbre de que cada comarca tenga su patrono y de que a cada uno de estos Santos se lo venere con culto diferente y se le atribuya una virtud particular, porque al uno se le pide que cure el dolor de muelas; al otro, que dé a la parturienta un alumbramiento feliz; a éste, que se restituya lo robado; a aquél, que lleve al náufrago a buen puerto; al de más allá, que proteja los ganados, y así sucesivamente, pues no acabaría nunca si intentase mencionarlos todos; sólo diré que hay

algunos que poseen virtud para varias cosas, y, entre ellos, ocupa el primer lugar la Madre de Dios, que, como se sabe, es tenida por el vulgo casi en mayor veneración que el Hijo.

Y ¿qué es lo que los hombres piden a todos estos Santos, sino cosas concernientes a la estulticia? Decidme si entre los numerosos exvotos de que están cuajados los muros y las bóvedas de los templos, recordáis haber visto alguno puesto por el que se haya curado de la estulticia o por el que haya adquirido medio adarme de sabiduría. No; los que allí se ven son los que dedicaron el que se salvó nadando, o el que, atravesado de parte a parte por el enemigo, curó de sus heridas; o el que, en medio de una batalla, y mientras los demás batían el cobre, huyó con no menos fortuna que intrepidez; o el que, estando ya colgado en la horca, impetró el favor de cierto Santo, protector de los ladrones, y el Santo hizo que se rompiese la cuerda para que su protegido continuase aliviando a algunos del peso de las riquezas mal adquiridas; o el que escapó de la cárcel quebrantando los cerrojos; o el que convaleció de la fiebre con gran indignación del médico; o el que bebió veneno y no le produjo más molestia que la de soltarle un tanto el vientre, pero sin perjudicarle siquiera lo que a su amada esposa, que vió perdido el trabajo y el gasto; o el que, habiéndosele

volcado el carro, pudo llevar a casa los caballos sin la menor novedad; o el que, sepultado en un hundimiento, consiguió salvarse; o el que tuvo la suerte de escapar de las garras de un marido que le cogió in fraganti; pero no hay ni uno solo en acción de gracias porque alguien se haya visto libre de la estulticia, pues es tan dulce no saber nada, que de cualquier cosa temen los mortales menos de la imbecilidad.

Mas, ¿por qué me meto yo en este piélago de supersticiones? Podría decir, como Virgilio, que ni aun disponiendo de cien lenguas, de cien bocas y de voz infatigable, me sería posible dar a conocer todos los géneros de fatuos ni mencionar las innúmeras formas de la estulticia.

Non mihi si linguæ centum sint, oraque centum, Ferrea vox, omnes fatuorum evolvere formas, Omnia stultitiæ percurrere nomina possim.

La vida de los cristianos está por dondequiera llena de esta suerte de delirios, que los clérigos sin gran dificultad admiten y fomentan, pues no se les oculta lo mucho que pueden acrecentar sus estipendios; pero si alguno de esos sabios insufribles fuera de improviso a importunarlos, diciendo: «No morirás mal, si vives bien; redimirás tus pecados, si al óbolo de tu ofrenda unes el horror al

Importancia suprema

mal, y si con lágrimas, vigilias, oraciones y ayunos, cambias radicalmente tu modo de vivir; un Santo te será propicio si procuras imitarle en sus obras, etc. »; si el sabio, digo, saliese con esta o parecida monserga, podéis imaginar la confusión que causaría y cuántas satisfacciones habría de arrancar en un momento del corazón de los mortales.

A la misma hermandad pertenecen también los que en vida disponen la pompa que quieren para sus funerales, determinando con especial cuidado y con extremada nimiedad las lobas, cantores y plañideras que han de ir en su entierro, como si aquel día se les hubiera de devolver la existencia para que gozasen del espectáculo, o como si los difuntos se avergonzasen cuando no son enterrados con ostentación, pues lo previenen todo con el mismo celo que ediles encargados de preparar los regocijos y banquetes públicos.

Aunque voya escape, no puedo, en modo del Amor propio alguno, pasar en silencio a aquellos que, si en los individuos bien es cierto que no difieren gran cosa de un y en los pueblos. pobre remendón, jáctanse, sin embargo, de

poseer tal cual esclarecido timbre de vana nobleza. El uno dice que su linaje tuvo principio en Eneas; el otro, en Bruto, y el de más allá, en el rey Artús; en todos sitios han colo

cado las estatuas y retratos de sus mayores; cuentan los bisabuelos y los tatarabuelos y recuerdan sus antiguos títulos; pero, en ver

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dad, que no están muy lejos de ser como las mudas efigies de que hacen gala, y aun pudiera decirse que éstas les sacan ventaja considerable. A pesar de ello, el dulcísimo amor propio les hace la vida completamente feliz, y no faltan algunos, tan estultos como ellos, que crean que este género de bichos son muy semejantes a los dioses. Pero, ¿a qué hablar de géneros de estulticia, cual si no fuera a todas luces evidente que Filau

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