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cia produce por doquier admirables y encantadoras formas? Este prójimo, que es más feo

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que un mico, tiénese por más hermoso que Nireo; el otro, por saber tirar tres líneas con regla y compás, se considera un Euclides, y aquel majadero, cuya voz no es más armoniosa que la del gallo cuando anda detrás de la gallina, se cree un nuevo Hermogenes.

Hay, asimismo, una clase de locura extraordinariamente placentera, no superada por ninguna otra, y de cuya posesión nadie como de la suya se envanece; tal fué la de aquel poderoso, dos veces afortunado, de que nos

habla Séneca, que cuando narraba algún cuentecillo, ponía siempre junto a sí a sus siervos para que le apuntasen las palabras, y a los cuales no hubiera vacilado en enviar a la palestra a hacer sus veces en un certamen de pugilato, pues era hombre tan para poco, que únicamente podía vivir confiando en que tenía en su casa muchos y muy robustos esclavos.

¿Qué he de deciros de los artistas? No hay quien no sepa que les es tan peculiar el amor propio, que con frecuencia hállanse algunos que antes renunciarían a la herencia de sus progenitores que a ser tenidos por genios; pero principalmente entre los cómicos, cantantes, oradores y poetas, el de menos facultades es el que de ordinario posee también mayor dosis de presunción, mayor vanidad y más elevado concepto de sí mismo, siendo verdaderamente lamentable que encuentren imbéciles de su calaña que los admiren, y aun puede asegurarse que cuanto más tontos son, les salen en más crecido número, ya que por ser, como dije, la generalidad de los hombres vasallos de la Estulticia, lo peor agrada siempre a los más. Ahora bien; si el que, a pesar de ser ignorante, es alegre para sí y admirado por todos, ¿quién será el necio que opte por el legítimo saber, que tanto trabajo cuesta adquirir, que convierte al que lo adquiere en tí

mido y vergonzoso y que, por último, no satisface sino a contadísimas personas?

Atengámonos a lo que nos dice la Naturaleza, y veremos que así como cada individuo tiene su amor propio, cada nación, y aun cada ciudad, tienen el suyo, y por eso los ingleses, sobre cualquier otra excelencia, recaban para sí la de su figura, la de su música y la de su mesa; los escoceses précianse de que sus blasones nobiliarios proceden de regios entronques y de que nadie les aventaja en lo sutil de la dialéctica; los franceses se atribuyen la cortesanía; los parisienses, casi excluyendo a los demás, se arrogan de modo particularísimo la primacía en la ciencia teológica; los italianos se apropian el monopolio de las Buenas Letras y de la Elocuencia, sosteniendo que todo lo que no sea el cultivo de estas disciplinas es puro salvajismo; los romanos creen tener en todo el primer puesto, y todavía siguen soñando plácidamente con los esplendores de la antigua Roma; los venecianos son dichosísimos con gozar de opinión de nobles; los griegos, como creadores de las ciencias, se adjudican los elogios tributados a los hombres insignes de la antigüedad; los turcos y la restante patulea de los bárbaros, piden que se les reconozca la preeminencia en el fervor religioso, y se ríen de los cristianos por entender

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los judíos, gente mucho más tranquila, esperan constantemente la venida del Mesías, y conservan hasta hoy, con verdadera obstinación, la memoria de Moisés; los españoles no ceden a nadie sus glorias en la guerra, y los alemanes, en fin, están altamente satisfechos de su corpulencia y de su conocimiento de las artes mágicas.

Aun cuando no me haya propuesto concre- Loores de la Adulatar todos los casos, creo que habréis visto

ción.

con claridad la gran ventura que por doquier, y tanto individual como generalmente, proporciona el Amor propio, que es muy parecido a su hermana la Adulación. Sin embargo, el Amor propio no es más que algo análogo a aquel que a sí mismo se pasase la mano por el lomo, mientras que la Adulación consiste en pasársela a los demás. Hoy día esta última hállase bastante desprestigiada, aunque sólo entre aquellos que se preocupan más de los nombres de las cosas que de las cosas mis

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mas, pues dicen que no se cohonesta bien con la sinceridad; pero fácilmente pudieran

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