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estériles feacios, o de los ilusos pretendientes de Penélope: Sponsi Penelopes nebulones, que dijo Horacio..., y el resto del verso, Eco os lo podrá recitar mejor que yo. Duermen, en efecto, hasta mediodía; y a esa hora, y casi sin salir de la cama, oyen una misa que de prisa y corriendo les dice junto al lecho un capellán asalariado; toman en seguida el desayuno, y, apenas lo han despachado, ya están pidiendo la comida; de sobremesa, vienen el juego, los dados, los envites, las bufonadas, las necedades, las mujeres, los deportes y las groserías, y entre hora nunca falta algún piscolabis. Luego, llega la cena, y tras la cena la bebida, no escasa, vive Jove; y de este modo, sin sentir el menor cansancio, pásanse en los palacios las horas, los días, los meses, los años y los siglos. Yo misma, en ocasiones, siento verdaderas náuseas al ver entre estos pavos reales a una dama que se cree tanto más próxima a los dioses cuanto más larga es la cola que arrastra, o al contemplar a un prócer que se abre paso a codazos y a empellones para colocarse lo más cerca posible del Júpiter, o al observar, en fin, que cada cual siente tanta mayor satisfacción cuanto más pesada es la cadena que se cuelga al cuello, cual si, más bien que la riqueza, tratase de acreditar la robustez de las espaldas.

Muy parecida a la conducta de los Reyes Los Obispos. es la que hace tiempo vienen observando los Pontífices, Cardenales y Obispos, y aun pudiera decirse que les sacan ventaja.

¡Ah!, si algún prelado pensase en que las vestiduras de lino, con su candor de nieve, son representación de vida honesta y ejemplar; que la mitra bicorne, con sus extremidades unidas por un nudo, significa que en quien la lleva ha de juntarse la ciencia del Antiguo y del Nuevo Testamento; que las

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manos revestidas de guantes quieren decir que deben estar protegidas contra todo con

tagio de los intereses terrenos e inmaculadas para la administración de los Sacramentos; que el báculo indica el cuidado diligentísimo que se ha de tener con la grey, y el pectoral el triunfo sobre todas las pasiones; si en tales cosas, digo, y en otras análogas meditasen algunos, ¿no llevarían una vida amarga y llena de inquietudes? Sin embargo, obran más cuerdamente dedicándose a ser pastores de sí mismos y dejando al mismo Cristo la guarda de las ovejas, o delegando sus funciones en los frailes y vicarios, sin acordarse siquiera de que la palabra obispo vale tanto como trabajo, desvelo y solicitud, pues sólo si se trata de atrapar dinero es cuando son pastores de verdad, y no ciertamente de los que se duermen en las pajas.

Los Cardenales.

Del mismo modo, si los Cardenales tuvieran presente que son los sucesores de los Apóstoles, se exigirían a sí mismos la propia conducta que aquéllos observaron, y, por tanto, no habrían de reputarse dueños, sino meros administradores del patrimonio espiritual, de cuya gestión están ya todos ellos muy próximos a rendir cuentas.

Con sólo que se fijasen un poco en sus ornamentos y reflexionasen en la significación de su albo vestido, ¿no verían que indica la

mayor y más perfecta pureza de costumbres?; ¿no verían que la púrpura es emblema del

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ferviente amor de Dios? Y cuando contemplen aquel ropaje exterior, flotante y amplísimo, bajo el cual desaparece la mula de Su Eminencia, (y aun bastaría para cubrir a un camello), ¿no comprenderán que simboliza la infinita caridad cristiana de que han de hallarse dotados para auxiliar a todos, dirigiéndolos, exhortándolos, consolándolos, corrigiéndolos, amonestándolos, dirimiendo las discordias, protegiendo al débil contra los excesos del poderoso, y dando, en fin, espontáneamente, no sólo sus riquezas, sino

también su sangre, en obsequio de la grey cristiana? Aunque, si bien se mira, ¿por qué razón han de tener riquezas los sucesores de los pobres Apóstoles?

Repito que si meditasen en todo esto, no sentirían la ambición, o, si la sintieran, renunciarían a ella de buena voluntad, con lo cual su vida sería más laboriosa y más diligente, como lo fué la de los discípulos de Jesús.

Los Papas.

Si los Sumos Pontífices, que en la tierra representan a Cristo, procurasen imitarle en la pobreza, en los trabajos, en la doctrina, en los sufrimientos y en el desprecio de la vida; si pensasen en que el nombre de papa quiere decir padre, y reparasen en el título de santísimo que ostentan, ¿quién viviría más acongojado? ¿Quién pondría todo su empeño en alcanzar la tiara a tanta costa, ni quién, después de alcanzada, querría conservarla, hasta por medio del acero, del veneno y de todo género de violencias? ¡De cuántas dulzuras habrían de privarse si alguna vez pasara por ellos el soplo de la sabiduría! ¿De la sabiduría, dije? Bastaría una partícula de ella, aunque fuese del tamaño de aquel grano de sal de que habla el Evangelio, para que vieran qué poco les aprovechaban tantos bie

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