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héticos y hambrientos y viven oscuros, olvidados y sin gloria, en tanto que los estultos son seres a quienes les llueve el dinero, tienen en su mano el timón del Estado y triunfan en todas partes adonde vayan. Si algún sabio sintiese el deseo de captarse la confianza del soberano,

Principibus placuisse viris,

y de lograr un puesto al lado de estos áureos y opulentos dioses, ¿qué le sería más inútil

que el saber, o, mejor dicho, qué le perjudicaría más en el concepto de tales gentes? Si

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tratase de adquirir riquezas, ¿cómo había de obtener lucro ninguno, si, consecuente con los preceptos de la sabiduría, le repugnase faltar a su palabra, sintiera sonrojo al ser cogido en mentira o experimentase angustia o el menor escrúpulo ante el hurto o ante la usura? Por la misma razón, aquel que ambicione las riquezas y los honores eclesiásticos, los alcanzará mucho más pronto si procede como un asno o como un buey que si procede como un sabio; y si quiere darse al

deleite, no debe olvidar que las mozas, que en tal comedia representan el principal papel, sienten decidida predilección por los estultos, y que a los sabios, no solamente no les aguantan a su lado, sino que los aborrecen y huyen de ellos como del escorpión.

De todo lo cual se deduce que el que aspire a vivir medianamente divertido, lo primero que debe hacer es poner a los sabios a honesta distancia y preferir el trato de cualquier animal antes que el suyo. En suma: adondequiera que volváis los ojos, veréis que los pontífices, los reyes, los jueces, lcs magistrados, los amigos, los enemigos, los grandes, los pequeños, todos, en fin, se desviven por el dinero, que, como es despreciado por los sabios, nada tiene de extraño que se aparte de ellos constantemente.

Aunque mis loores no tendrían término ni Opiniones de algunos

cuento, es preciso, sin embargo, que este discurso acabe de algún modo. Y aquí le daría por concluído, si no quisiera demostrar en dos palabras que no faltan sesudos autores que han contribuído a mi esplendor, tanto con sus libros como con sus actos; de esta suerte no podrá presumirse que soy yo sola la que me alabo neciamente, ni acusarme algún le

autores en favor de la Estulticia: Horacio, Homero, Cicerón.

guleyo de que no alego en mi apoyo las consabidas autoridades, pues, siguiendo su ejemplo, voy a citarlas, aunque, también a ejemplo suyo, no tengan absolutamente la más mínima relación con la materia.

Comienzo, pues, recordando el conocidísimo adagio que dice que aquello de que se carece es lo que más conviene aparentar; por eso, cuerdamente, destetan a los niños con la máxima: Stultitiam simulare loco, sapientia summa est, que es, como si dijéramos, que hacerse el tonto en la ocasión es la suma sabiduría; y de ello podréis conjeturar la inmensa virtud que posee la Estulticia, puesto que sólo su engañosa sombra y mera imitación ha merecido de los doctos tan ardientes encomios.

Horacio, aquel pulido y rozagante cerdo de la piara de Epicuro, aconseja, con mayor ingenuidad aún, que se mezcle la estulticia con la sensatez,

miscere stultitiam consiliis,

aunque, agrega, que en pequeña proporción y no con exceso de sabiduría; y en otro pasaje dice también que es agradable tontear de vez en cuando,

Dulce est desipere in loco

así como en otro afirma que vale más pasar

por extravagante y por menguado, que no por sabio desabrido.

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Ya Homero, que ensalzó a Telémaco en todos respectos, dióle, por último, el nombre de vos, que es con el que los autores dramáticos suelen denominar a los niños y a los adolescentes, por reputarlo de feliz augurio. ¿Qué es, en resumidas cuentas, el famoso poema de la Ilíada, sino el relato de las formidables zalagardas que armaron entre sí los reyes y los pueblos estultos,

Stultorum regum et populorum continet æstus?

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