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hacerse unos entre sí. Tales son los principios que los devotos sienten y practican. El vulgo, por el contrario, cree que el sacrificio de la Misa no es otra cosa que acercarse al altar, cuanto más mejor, oír los vozarrones de los cantores y asistir como espectador a las ceremonias de la liturgia.

No solamente en estos casos, que sólo como ejemplos he citado, sino también en las demás ocasiones de la vida huye sinceramente el devoto de aquello que tiene relación con lo terreno y se deja llevar en alas de lo eterno, lo espiritual y lo invisible, por lo cual, existiendo entre los unos y los otros tan enorme discrepancia acerca de todas las cosas, resulta que recíprocamente se consideran locos, aunque creo que esta palabra, mejor que al vulgo, es a los devotos a quienes debe aplicarse.

Lo que acabo de decir aparecerá con ma- El misticismo. yor evidencia si como me prometo demuestro en pocas palabras, y para terminar, que aquella excelsa recompensa a que aspiran los devotos, no es otra cosa que un cierto género de locura.

Ya Platón hubo de vislumbrar algo parecido cuando escribió que la exaltación de los amantes es la suma felicidad, porque el que

ama ardientemente no puede decirse que vive en sí, sino en aquel a quien ama, y cuanto más se aparta de sí mismo y más se acerca al otro, su gozo es tanto mayor. Pues bien; de una persona cuyo espíritu pareciese que quería emigrar del cuerpo y que no usara adecuadamente de sus órganos, diríase, con razón, que estaba loca, y esto es lo que quieren dar a entender las frases «no está en sí», <vuelve en ti» y «ha vuelto en sí»; por consiguiente, cuanto más intenso es el amor, tanto mayores son su vehemencia y el deleitamiento que reporta. Y ahora pregunto yo: ¿es algo distinto esa futura vida celestial que las almas desean con tan ferviente anhelo? Porque siendo indiscutible que el cuerpo ha de ser absorbido por el espíritu, como más noble y poderoso, no es menos claro que este fin consíguelo el devoto con más facilidad que el que no lo sea, en primer término, porque al morir hállase ya como en su propio elemento, y, en segundo lugar, porque el cuerpo se purificó y se preparó en la vida para tal transformación. El espíritu será después absorbido por completo en la mente divina, que es infinitamente superior a él, y así, cuando el hombre se haya despojado de todo lo material, alcanzará la felicidad por la sencilla razón de que, puesto fuera de sí mismo, y habiendo arrancado de su sér todo lo huma

no, se gozará de modo inefable en el Sumo Bien.

Cierto es que tal felicidad no puede ser cabal hasta que reunida el alma con el cuerpo en que estuvo se les conceda a ambos la vida eterna; pero, a pesar de ello, como los devotos viven de tal suerte que su existencia no es más que una meditación de aquella vida, son, a las veces, recompensados con una especie de visión anticipada de las delicias ce

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lestiales que les trae algo así como el gusto y el aroma de ellas, y que aunque no sea más que una gota pequeñísima del manantial de la

perenne dicha, excede de tal modo a los deleites materiales que ni aun condensando en una sola sensación el placer de todos los hombres, podrían igualársela. ¡Tanto aventaja lo espiritual a lo corporal y lo invisible a lo visible!

Esto es, sin duda, lo que anunció el Profeta al decir que jamás vieron los ojos, ni oyeron los oídos, ni el hombre imaginó lo que Dios tiene reservado a los que le aman: Oculus non vidit, nec auris audivit, nec in cor hominis ascenderunt, quæ præparavit Deus diligentibus se. Pero, como se ve, tales deliquios no son más que un aspecto de la locura que no se extingue con el tránsito de esta a la otra vida, sino que, por el contrario, se perfecciona. A quienes les es dado experimentarlos (que son muy contados) les comunica cierta semejanza con los dementes, porque se expresan con alguna incoherencia y no al modo de los demás hombres; hablan sin ton ni son y gesticulan de una manera extraña; tan pronto están alegres como abatidos; tan pronto lloran como rien o sollozan, en una palabra, parece verdaderamente que se hallan fuera de sí; y cuando de súbito recobran el sentido, no saben decir si estuvieron en este mundo o en el otro, si dormían o estaban despiertos, ni recuerdan más que como a través de un sueño y entre nubes, lo

que oyeron, lo que vieron, lo que dijeron y lo que hicieron, pero se creen tan dichosos mientras permanecen en sus éxtasis, que deploran volver de ellos, por lo cual no hay nada que más deseen que enloquecer perpetuamente de este género de locura, aun cuando no sea más que una dedada de miel de la felicidad eterna.

En verdad que me he olvidado de que es- Epilogo. toy hace tiempo traspasando los límites que me había impuesto. Si hay algún petulante o algún parlanchín que me lo eche en cara, considere que quien a vosotros se ha dirigido es la Estulticia, y, por añadidura, que es mujer. En tanto, traed a la memoria aquel proverbio griego que dice que a veces los estultos hablan con cordura, si es que no creéis que esto no puede rezar con las mujeres.

Veo que estáis esperando el epílogo; pero habríais perdido el juicio por completo si imaginaseis que después de haber echado de mi boca tal fárrago de palabras, me acuerdo de una sola de ellas. Antiguamente se decía: <Detesto al convidado con memoria»; hoy debe decirse que es aborrecible el oyente que la tenga.

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