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que está en sus cabales, con lo cual el viejo no deja de ser buen compañero de bebienda, no siente el tedio de la vida, que apenas se tolera en la fuerza de la edad, y aun hay algunos que si, como aquel que pintó Plauto, no tornan a las tres famosas letras (a, m, o), lo consideran como caso de menos valer. Pero, en tanto, el viejo es feliz, gracias a mi favor, grato a los amigos, y no carece de gracia en las francachelas.

Según Homero, de los labios de Néstor fluían palabras más dulces que la miel; de los de Aquiles, amargas y mordaces, y de los de aquellos ancianos que se congregaban en las murallas de la ciudad, alegres y amenas. De ello deduzco que, en cierto modo, la vejez supera a la infancia, edad apacible, sin duda, pero a la que le falta el principal recreo de la vida, que es la discreta murmuración. Agregad a esto que, aunque es evidente que los niños se divierten a costa de los viejos, también lo es que los viejos, a su vez, se divierten a costa de los niños, porque Dios siempre pone juntos a los que se asemejan, ya que nadie negará que en nada dejan de parecerse sino en que los unos tienen la piel arrugada y en que han celebrado más veces el día de sus cumpleaños; pero unos y otros convienen en tener claro el color de los cabellos, la boca desdentada, el cuerpo débil,

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apetencia de la leche, así como en el balbuceo, en la charla insustancial, en la simpleza, en la propensión a olvidarse de las cosas, en la carencia de reflexión y en otras muchas circunstancias. Cuanto más viejas se hacen las personas, más van pareciéndose a los niños, hasta que, como a éstos les sucede, sin sufrir el cansancio de la vida y sin conocer la idea de la muerte, emigran de este mundo.

Compárese ahora este beneficio que yo dispenso con las metamorfosis que operan los dioses, y cuenta que no me refiero a las que hacen cuando están airados, sino a las que ejecutan en las personas cuando quieren mostrárseles más propicios, caso en el cual suelen transformarlas, ya en árbol, ya en ave, ya en cigarra y aun en serpiente, de la misma suerte que si ser otra cosa de lo que se es no fuera un modo de morir. Yo, en cambio, devuelvo a los hombres lo mejor y más feliz de su existencia misma, y si se abstuvieran absolutamente del trato con la sabiduría, y en todas las edades se guiaran por mis máximas, no se harían viejos y gozarían dichosos de una juventud perpetua. ¡Ah!, entonces, no veríamos esos seres tristes y sombríos, a los que el estudio de la Filosofía o el constante cuidado de los serios y arduos

negocios, les hace, por lo general, envejecer antes de llegar a la plena juventud, porque el continuo y grave cavilar les agotan el espíritu y les secan el jugo vital, al revés de lo que les sucede a mis amados fatuos, que es

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tán regordetes, lucios, con una piel más tersa que los puercos de Acarnania y sin experimentar jamás ninguno de los achaques de la ancianidad, si no es que, como a veces acontece, se inficionan con el contagio de la sabiduría; ¡tan cierto es que nada amarga tanto la vida del hombre como no poder lograr felicidad completa! Añádase a esto el no leve testimonio del común sentir, según el

cual la estulticia es una cosa que, en todo caso, detiene la fugacísima juventud y aleja la vejez inútil, verdad inconcusa para todo el que no apruebe lo que temerariamente se murmura de los de Brabante, de quienes se dice que, así como los más de los hombres con los años adquieren la sensatez, ellos, a medida de que envejecen, van haciéndose más estultos; y preciso es confesar que no hay otros que tomen la vida tan en broma ni que sientan menos las tristezas de la senectud. De la misma camada son mis holandeses, tanto por la próxima vecindad, como por sus costumbres; mis holandeses, he dicho; y ¿por qué no he de llamarlos míos, cuando con tal efusión cultivan mi trato, que hasta del pueblo merecieron un remoquete que, no sólo no los avergüenza, sino que ellos mismos se lo adjudican como un honor?

Vayan, pues, los tontos en busca de las Medeas, Circes, Venus y Auroras, a pedirles que los vuelvan a los días juveniles con el agua de no sé qué fuente, ignorando que yo soy la única que puedo y suelo conceder tal favor; la única que tengo aquel mágico elixir con el que la hija de Memnón dilató la juventud de Titono; que yo soy la Venus a quien Faón debió la singular hermosura que a Safo enloqueció de amor; que poseo las hierbas maravillosas, si es que hay hierbas de esta

clase; que a mí me dirigen todos sus súplicas, y que mío es, en fin, el manantial sagrado que, no sólo devuelve la pasada mocedad, sino, lo que es mejor aún, la conserva perpetuamente.

Si reconocéis, pues, que nada hay más apetecible que la juventud, ni nada más detestable que la vejez, creo que reconoceréis también que a nadie le estáis más obligados que a mí, puesto que hago duradero tanto bien y evito tanto mal.

ses.

Pero, ¿por qué he de limitarme a hablar de Estulticia de los diolos mortales? Trasladémosnos al Empíreo, y me dejo cortar una oreja si no es cierto que cuanto se encuentra en los dioses que no sea áspero y despreciable se debe a otra cosa que a mi influjo. Decidme, si no: ¿por qué a Baco se le representa siempre mancebo y con poblada cabellera?; pues, sencillamente, porque pasándose toda la vida en insensateces y borracheras, en comilonas, danzas, cánticos y juegos, no se permite el más ligero trato con Palas, mas, por el contrario, la tiene a tan respetable distancia, que quiere que se le honre únicamente con burlas y con chanzas, y no se ofende por el mote de fatuo cuando se dice de él que es más tonto que un mórico, nombre que se daba a la efigie sedente

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