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del dios colocada a la puerta de los templos y que los vendimiadores acostumbraban a embadurnar con mosto y con zumo de higos frescos. ¡Qué injustas burlas no se han hecho a su costa en las antiguas comedias!

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«¡Oh, insulso dios-exclaman-, digno de haber nacido de un muslo!» A pesar de esto, ¿quién no preferiría ser como él, insulso y fatuo, con tal de vivir en sempiterna juventud, continuamente alegre y dispuesto a los pasatiempos y regocijos, a ser como el sentencioso Júpiter, ante el que todos tiemblan, o como Vulcano, siempre lleno de tizne de carbón y

siempre trabajando en su tenebrosa fragua, o como Palas, armada a todas horas de lan-' za y escudo y mirando torvamente? ¿Cuál es la causa de que Cupido goce de inmarcesible mocedad? ¿Cuál?; pues no es otra sino su simpleza, que le lleva a no pensar ni hacer nada con cordura. ¿Por qué la blonda Venus renueva constantemente su belleza?; sin ningún género de duda, porque tiene conmigo cierto parentesco; de ahí proviene que sacase el color de mi padre, y tal es la razón que tuvo Homero para darle el nombre de áurea Venus, y lo que explica que siempre se nos muestre risueña, si hemos de dar crédito a los poetas y a sus émulos los escultores. ¿Tuvieron, por ventura, los romanos otro culto más fervoroso que el de Flora, madre de los placeres? Aunque se invoque el ejemplo de aquellos rígidos dioses que, según Homero y otros vates, viven con mayor austeridad, se verá que descubren la estulticia en todas sus acciones; ¿necesitaré recordaros los amores y devaneos de Júpiter, el mismo dios del rayo, ni los de aquella severa Diana, que olvidada hasta del recato de su sexo, no iba tanto a la caza de animales como a la de Endimión, por quien se pirraba? Oiga el que quiera a Momo contar las bellaquerías de todos ellos, que fué el que antiguamente se las echaba en cara con frecuencia y les dió motivo para que,

enojados al ver turbada su tranquilidad con las importunaciones de la sabiduría, le arrojasen a la Tierra con cajas destempladas, como hicieron también con Ate, la maligna diosa; nadie, desde entonces, ha querido dar asilo al expatriado, y se siente invencible repugnancia a que se introduzca en las cortes de los reyes, en donde ocupa el primer puesto mi fámula la Adulación, que no tiene con Momo más semejanza que el cordero con el lobo; y así, los dioses, libres ya del indiscreto, y no teniendo ningún censor de sus acciones, pudieron entregarse a sus frivolidades más dulce y desahogadamente, o, como dice Homero, a todo su placer.

¿Qué entretenimiento no ofrece aquel Príapo de higuera? ¿Qué diversión no proporcionan los engaños y raterías de Mercurio? ¿Quién, sino Vulcano, es el que en los banquetes de los dioses acostumbra a hacer de bufón, y qué otra cosa sino su cojera, sus mamarrachadas y sus ridículas salidas hacen desternillarse de risa a aquellos beodos? Sileno, el famoso viejo verde, suele bailar el lascivo cordax con Polifemo, que brinca que se las pela; las Ninfas, el gimnopodion; los Sátiros semicabras representan las impúdicas atelanas; Pan provoca generales carcajadas con tal cual imbécil cantar, preferido por aquella gente al canto de las Musas, sobre

todo cuando el vino comienza a subírseles a los cascos; y no digo nada de lo que los dio

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ses, ya bien bebidos, hacen al final de sus festines, y que es, por Hércules, de estulticia tal, que cuando algunas veces me viene a la memoria, no puedo contener la risa; pero, imitando al prudente Harpocrates, más vale callar, no sea que me escuche algún dios acechón que vaya con el cuento a los demás y me suceda lo mismo que a Momo..

tulticia sobre la

Hora es ya de que, a ejemplo de Homero, Supremacia de la esdejando las alturas, otra vez tornemos a la tierra, para que os demuestre que aquí, como allí, no hay nada alegre ni feliz sin mis fa

vores.

En primer lugar, advertid qué solícitos cui

razón.

dados ha puesto la madre Naturaleza, creadora del género humano, con el fin de que en nada falte el aderezo de la estulticia. En efecto; según los definidores estoicos, la sabiduría no es otra cosa que el gobierno de la razón; la estulticia, por el contrario, consiste en dejarse llevar por las pasiones. Ahora bien; para que la vida no fuera triste y amarga, ¡cuánto mayor lugar dió Júpiter a las pasiones que a la razón!; lo que va de media onza a una libra. Por eso, relegó aquélla a un pequeño rincón de la cabeza, mientras que llevó el desorden a lo restante del cuerpo y, además, le opuso dos tiranos violentísimos: la ira, que colocó junto al corazón, fuente de la vida, y la concupiscencia, cuyo dilatado imperio se extiende hasta un poco más abajo. Lo que pueda la razón contra estas dos fuerzas gemelas, decláralo suficientemente la existencia de la generalidad de los mortales; pues aunque clame por sus fueros hasta ponerse ronca, y muestre las normas de conducta para vivir honestamente, los hombres protestan de un modo ruidoso y se obstinan en sacudir un yugo tan despótico, hasta que, a la postre, fatigada la razón, acaba por ceder y rendirse.

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