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la primer regla de su conducta fue el no confundirse con la gran masa de aquellos otros, que habian lanzado en estrañas regiones los sucesos de nuestra patria. No estando él personalmente proscripto por el gobierno español, no quiso mezclarse con los que lo estaban, ni tomar su carácter, ni participar de sus ilusiones y proyectos. Sin renegar del liberalismo, pero tomando esta palabra en un sentido mas lato, mas europeo, que el que se le daba entre nosotros, marcó y señaló bien su diferencia de los que, habiendo sido constitucionales puros hasta el último momento de la lucha, podian ya en aquellas circunstancias apellidarse con mas razon revolucionarios. Él no solamente no lo era, sino que llevaba su desvío hasta un punto que se calificaba de afectacion. Suponíase por algunos depender esto de la tendencia aristocrática, de que le acusaban ya desde 1820: quizá habia contribuido tambien la persecucion que sufriera despues de su ministerio por casi todas las personas notables del bando emigrado. Como quiera, el hecho es exacto, fuesen las que fuesen sus causas. En Francia permaneció siempre separado de aquel; y pudo hacer largas espediciones á Alemania, Suiza, Holanda é Italia, donde á otros no les era permitido entrar.

Y no se crea por esto que el señor Martinez de la Rosa habia abandonado la política, ni alistádose en las banderas del realismo transpirenaico. Bástanos decir que concurria asiduamente á los salones de Laffitte y de Terneaux, que habia contraido relaciones con el duque de Choiseul, con el duque de Broglie, con el de Decazes, y aun con M. Thiers, con M. Guizot, con M. Duvergier de Hauranne, con todo lo mas notable y mas escogido de la liberal y ardiente oposicion de 1827 y 1830.

Sin embargo, la vida del señor Martinez de la Rosa fue durante aquella época principalmente literaria. Habian renacido los gustos de su juventud, y la erudicion y la poesía llenaban tan largos y tan desocupados años. Las bibliotecas de Paris fueron su perdurable recréo, apenas interrumpido para esplorar las eternas ruinas de Roma y el magnífico cráter del Vesuvio.

En Paris en 1829 publicó en casa de M. F. Didot la coleccion en cinco tomos de sus obras completas, cuyo análisis no nos parece que es llegado el momento de hacer con la imparcialidad debida. Solo haremos algunas breves reflexiones con ocasion de su drama la Conjuracion de Venecia, no tanto por ser tan notable en sí misma esta

produccion, cuanto por la influencia que ejerció en la literatura dramática española cuando llegó á representarse en Madrid pocos años despues, y tambien como una prueba mas de ese don de oportunidad que algunas páginas mas arriba reconocimos en el señor Martinez de la Rosa. Por grandes que sean el interés, la belleza de lenguage y la novedad de las situaciones que hacen de este drama una obra de primer órden, es seguro que gran parte del entusiasmo con que fue recibida por el público madrileño se debió á la particular disposicion de este en la época de su representacion. Empezaban entonces á cundir por España las ideas de la nueva escuela romántica : Victor Hugo y Dumas tenian entre nosotros admiradores y apóstoles de sus doctrinas, pero nadie se habia lanzado aun á aclimatar estas prácticamente en nuestra escena: este triunfo estaba reservado al señor Martinez de la Rosa: su Conjuracion de Venecia, representada en 1834, inauguró la era romántica en nuestros teatros. El mismo hombre que poco antes habia hecho aplaudir con frenesí la pureza clásica en su Edipo, arrancó al público iguales aplausos para una composicion esencialmente romántica.

Así ocupaba el señor Martinez de la Rosa los ocios de su emigracion, nada semejante al mayor número de los que habian compartido su desgracia, y que solo llenaron tan larga época maldiciendo á unos gobiernos y conspirando contra otros. Pocos fueron los que en el estudio de las ciencias, en el cultivo de la literatura, en la aplicacion á las artes, se prepararon para introducir en su patria nuevos gérmenes de utilidad ó de distraccion y de gloria. El distinguido lugar que entre estos pocos ocupase la persona de quien tratamos, lo señalan suficientemente esas ligeras indicaciones que acabamos de hacer. Así, su nombre ganaha inmediatamente y bajo todos aspectos, tanto en España como en Europa. No compartia en aquellos paises la vergonzosa oscuridad que cubre á nuestros compatricios; y ademas de ello, volvia á entrar como de rechazo en nuestra patria, adornado con el prestigio y la celebridad de los aplausos estrangeros.

Entre tanto, la política de la Europa habia esperimentado notables variaciones con los sucesos de 1830, y se iba acercando el momento en que debia esperimentarlas tambien la política particular de España. Habian pasado y cesado los rigores de la reaccion, y un espíritu de templanza y de sosiego se hacia larga parte en el ministerio del rey. Los hombres que no conspirasen contra su poder debian estar se

guros de no ser incomodados en su vida íntima. La opinion general, inclinándose á tendencias moderadas, hacia sentir largamente en el gobierno su poderoso influjo.

Entonces deseó volver á España, volver á Granada, el señor Martinez de la Rosa, y el ministerio, ó el rey, no tuvieron dificultad én otorgárselo. Conocia bien Fernando VII la severa honradez de su carácter, y sabia que no era capaz de mezclarse en oscuras maquinaciones. No le queria, pero le respetaba. Habíase convencido de que no era enemigo temible, de la especie del mayor número de los emigrados que en Granada le seria tan poco hostil como en Paris ó en Nápoles. Dejósele pues venir entre su familia, ó por mejor decir, la de su hermano, á quien amaba mucho; prefijándosele, sin embargo, el deber de que no pasase por Madrid, condicion que parecia entonces lujosamente vejatoria, y que levantaba fuertes clamores cuando se imponia á cualquier sospechoso. Entonces no se habia llegado á la situacion presente, y nos hallábamos mucho mas cerca de la verdadera y práctica libertad.

La vida que hizo en Granada el señor Martinez de la Rosa durante el corto tiempo que permaneció allí, fue asimismo literaria, oscura y tranquila. Pero vino á poco la enfermedad del rey, vinieron los acontecimientos políticos de la primer regencia de la reina Cristina, y fuele permitido trasladarse á esta corte, cambiada casi en favor la hostilidad que antes esperimentára. La rueda de la fortuna concluia su círculo, y se aproximaba otra vez un instante de resplandor.

que

Todavía empero no se ocupaba activamente sino en asuntos literarios. En Madrid, en 1833, publicó una coleccion de poesías ligeras, el público recibió con mucho aplauso. Era su primer libro dado á luz despues de la emigracion, y menos que al poeta se aplaudia en él al emigrado, de opiniones á la vez templadas y liberales. La nacion era entonces liberal y moderada, y se complacia en encontrarle semejante á ella. Por el mismo tiempo se ocupaba en escribir la vida de Hernan Perez del Pulgar, uno de los célebres guerreros que recuerdan el principio de nuestro gran siglo.

Llegamos aquí al período mas interesante del señor Martinez de la Rosa, al mas alto punto de importancia en la vida y en la carrera de este hombre de estado. Tal es la época de su segundo ministerio

Dirigia el gobierno de la monarquía, muerto ya el rey, el señor Zea Bermudez, ministro habil y apreciado por su carácter, pero cuyo

sistema de despotismo ilustrado era á la sazon imposible : fue forzoso invocar francamente al liberalismo para dirigir la nacion y combatir al bando carlista, y el señor Martinez de la Rosa, aclamado al efecto por la opinion pública fue elegido para formar el nuevo órden de cosas que reclamaba y verdaderamente necesitaba la nacion.

Los principales actos del señor Martinez de la Rosa durante su ministerio, fueron la intervencion en los asuntos de Portugal, el tratado de la cuadruple alianza, y la promulgacion del estatuto real, el cual, digase lo que se quiera, satisfizo entonces plenamente á todos los liberales de buena fe. Por lo tocante á los terribles menoscabos que sufrió la causa del órden y de la libertad durante aquel ministerio, y que fueron las execrables matanzas del 17 de agosto de 1834 y la insurreccion impune del 19 de enero de 1835, fuera sobrado rigor hacer de cualquiera de ellas un capítulo de acusacion contra el ministro que no pudo prevenirlas ni castigarlas cumplidamente. En el primer caso, si el castigo no fue completo, cúlpese á los que malamente inutilizaron las severas disposiciones del ministro. En el segundo es público y notorio que él se opuso en el consejo á la vergonzosa transaccion que al cabo se verificó con los insurgentes. Se le ha acusado de debilidad por no haber dejado entonces su puesto, pero nadie negará que mas firmeza hay en conservar un puesto difícil que. en abandonarle. Si, como dijo entonces el señor Isturiz, el batallon insurrecto de la casa de correos se llevó en las puntas de sus bayonetas la fuerza moral del gobierno, peligro habia sin duda en continuar á la cabeza del gobierno, y arrostrando este peligro, el señor Martinez de la Rosa cumplió su deber. La ocasion que le movió á abandonar el ministerio prueba que la consideracion de los peligros no influyó en su conducta, pues cabalmente cuando vió ahuyentada al parecer la perspectiva del peligro á costa de una solicitud de intervencion á que él se opuso en el consejo, porque en su concepto era un acto de debilidad, renunció el poder que miraba ya como un arma impotente

entre sus manos.

No es nuestro ánimo, ni consideramos propio de una biografía dar aquí una narracion seguida de los sucesos contemporáneos del personage que nos ocupa, sino solamente apuntar aquellos sobre los que ha tenido una influencia mas ó menos directa. Entre estos el que mas esclusivamente le pertenece, segun la exacta observacion de un biógrafo moderno, es la creacion, digamoslo así, del partido mode

rado en España. Él le formó á su semejanza, y él le ha dirigido siempre con su accion y con su influjo.

Bajo los tres ministerios sucesivos del conde de Toreno, y de los señores Mendizabal é Isturiz, el señor Martinez de la Rosa tomó poca parte en los negocios públicos. Para las cortes que siguieron á las de 1834 no fue elegido; las elecciones de 1836 lo llamaron de nuevo á la arena política en la que mucho se esperaba de su esperiencia y desengaños para la revision del estatuto; mas los pronunciamientos de aquel verano y la revolucion de la Granja, dieron en tierra con toda la obra reformista, elevando en su lugar la niveladora: los restos del antiguo sistema monárquico y el estatuto real debieron hundirse ante la constitucion de 1812. El testamento del difunto rey y la obra del señor Martinez de la Rosa cayeron á la vez, heridos por las bayonetas de dos sargentos, y mal defendidos ó abandonados por los que debieron haber cuidado de su custodia. No es necesario decir que el partido conservador quedó fuera de accion completamente, ni que sus gefes hubieron de faltar en las cortes elegidas á consecuencia de aquellos sucesos.

Pero á poco comenzó ese propio partido á elevarse en la opinion, aguardando el momento en que se habia de elevar en los negocios públicos. Las córtes mismas habian tenido que alzarle sobre sus hombros, adoptando para la nueva constitucion los principios que él profesaba. El pais se iba declarando enérgicamente por una reparacion, y las mismas desgracias de la guerra acababan de decidir la balanza en favor de las doctrinas monárquicas y conservadoras. Las elecciones no dejaron la menor duda sobre este punto ; y el primer ministerio del señor Bardaji, compuesto aun de hombres de la revolucion, tuvo que ceder su lugar á otro en que dominaban contrarias tendencias, y que era solo un puente de tablas para entregar el poder á los gefes del partido moderado.

Cometieron estos sin embargo la imprudencia de no tomarle, cuando se organizó el gabinete de diciembre de 1837. El señor Martinez de la Rosa fue sin embargo el alma de aquellas cortes, á cuya cabeza se puso desde el principio, formulando en la contestacion al discurso del trono el sistema político que debia seguirse; y guardian y fiador de aquellos compromisos, estaba siempre presente para que no se infringiesen, para que no se abandonasen.

Este período de la vida del señor Martinez de la Rosa es el del apogeo

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