ees conocidos; y en breve se limitó tambien, y casi se olvidó este uso, disminuyéndose por ello, y llegando casi á desaparecer, la influencia de la poesía lírica en las costumbres. Tal era el estado de aquella profesion, antes elevada y sublime, cuando Horacio, introduciendo en la poesía latina el ritmo y las cadencias griegas, las naturalizó en Italia, y creó la oda latina, que no debió llamarse ya poesía lírica, puesto que no se cantaba, ni la acompañaba por consiguiente la lira sino en pocas y determinadas fiestas. El corte mismo de las estrofas de las odas de Horacio, revelaria, á falta de otras pruebas, que él no las componia para que fuesen cantadas, pues mu chas veces, al fin de un cuarteto, donde debia necesariamente hacer el canto un reposo, deja el poeta suspensa ó pendiente la idea, que continúa en la estrofa siguiente. Pero si por la diferencia de las costumbres no podia la oda latina obrar en Roma los prodigios que habian obrado en Grecia los cantos líricos, no por eso fue menor la gloria que alcanzó Horacio, por las cualidades de los que él compuso, y de que ya hablé en la noticia de su vida. En mis notas procuraré demostrar que en la idea que alli dí de aquellas composiciones, nada hay de parcial ni de exagerado. Esto en cuanto á las odas de Horacio en general. En cuanto á la primera de este libro, no es á la verdad la mas gallarda de las suyas. Pero si la enumeracion que en ella hace el poeta de las diferentes ocupaciones que fijan y dividen las inclinaciones de los hombres, no brilla por la profusion de los adornos, llama no obstante la atencion por un colorido poético muy agradable, por la gracia de la versificacion, por la propiedad de las voces, y por la sencillez y exactitud de las construcciones. Este último no es por lo comun el mérito de Horacio. Deseando hacer conocer á mis lectores el modo con que se traducia este poeta en el siglo de oro de nuestra literatura, insertaré aqui la traduccion que de esta pieza hizo el maestro Fr. Luis de Leon, como una de las mejores que de él tenemos. Pareceria mala fé citar otras en que el docto religioso quedó mas inferior aun original. Ilustre decendiente De Reyes, ó mi dulce y grande amparo, A quien el polvoroso Olimpo es caro; Y la señal cercada De la rueda que vuela y no tocada, Y la noble victoria Los pone con los dioses soberanos. Seguir del vulgo los favores vanos, Y otro si recoge Cuanto en las eras de Africa se coge. Aquel que en la labranza Sosiega de las tierras que ha heredado, Aunque en otra balanza Le pongas del Rey Atalo el estado, No será navegante temeroso. El miedo mientras dura Del fiero vendaval al mercadante, Vivienda del aldea; y al instante, Como no sabe hacerse Al ser pobre, en la mar torna á meterse Que ni el banquete pierda ni el buen dia, Negocio el cuerpo, y dáse al alegría, Ya só el árbol florido, Ya junto nace á dó el agua tendido. Los escuadrones ama Y el son del atambor el que es guerrero, Y á la trompa que llama Al fiero acometer, mueve el primero; La batalla le place, Que á las que madres son tanto desplace. á su El que la caza sigue Al hielo está de sí mismo olvidado, Si el perro fiel prosigue Tras del medroso ciervo, ó si ha dejado El jabalí cerdoso en la parada. La yedra, premio dino De la cabeza docta, á mí me lleva En pos su bien divino : El bosque fresco, la repuesta cueva, Me alejan de la gente y sus cantares. El soplo de su flauta, y Polihimnia De Lesbo, que si á tu juicio es dina De entrar en este cuento Mi voz, en las estrellas haré asiento. Poco despues del maestro Leon, hizo otra traduccion, muy inferior á la suya, el licenciado Bartolomé Martinez. Héla aqui. Mecenas, descendiente De real tronco, generosa rama, Y juzga por divina y dulce gloria En sus graneros propios los mejores En su benigno gremio y fértil suelo, A cada cual, que tanto Se agrada del oficio que escogiera, El Rey Atalo tuvo, porque quiera De Chipre, que es madera menos grave. Al áfrico furioso (que luchando Con las Icarias olas mueve guerra) Con ansia está loando El sosegado alvergo de su tierra; Mas torna rehaciendo Los cascados navios, no enseñado A estar en la pobreza sosegado. Debajo de los árboles amenos, O ya do nace alguna dulce fuente, Se huelga de agotar los vasos llenos, Del usado egercicio y tiempo justo La vida militar, y el fiero estruendo Y el bélico furor, y aquel horrendo De la tierna muger el blando lecho, O fué la corza olida De los sagaces perros, que en acecho Cercan el valle, el monte, el soto y rio, O ya de Marsia el jabalí mestizo Rompió las redes de cordel rollizo. Gloriosos premios de las doctas frentes, Y aquesto mas me arredra, Del confuso bullicio y vulgo vano, El bosque umbroso y plantas diferentes, Que en bellas perlas cierne plata y oro. Euterpe sus favores no me niega, Y de templarme el Lesbico instrumento Y á mi voz su calor divino llega, Esta algaravia se llamaba en el siglo XVI traduccion, y no traduccion ordinaria ó vulgar, sino tal, que de ella y de otras de su especie, de que iré sucesivamente insertando muestras, decia, al empezar el siglo siguiente, Pedro Espinosa, << son tan felices, que se aventajan á sí mismas en su lengua latina.» No hubo de creerlo asi el najerano D. Esteban Manuel de Villegas, pues que poco despues emprendió de nuevo el mismo trabajo. Pongo aqui la primera de las que tradujo, para dar una idea del modo con que aquel poeta tan tierno y tan célebre espresaba los pensamientos de Horacio. Las demas del primer libro, que tambien tradujo, asi como una ú otra de los siguientes, no tienen mas mérito que esta. Algunas tienen muchísimo menos. Hlustre descendiente De abuelos generosos y reales, O tú, que fuiste amparo y houra mia; Cual hallarás que quiera, Siguiendo sus pasiones naturales, |