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segun las tradiciones Sibilinas, no podian vencer los romanos á aquellos formidables enemigos, sino llevando á un rey por general, se cundió la voz de que el dictador aspiraba á aquella dignidad. Tramóse, pues, una conjura, de que se hicieron gefes los famosos Bruto y Casio, honrados ambos con el favor de César, é hijo el primero de Servilia, hermana de Caton, con la cual habia tenido el héroe en su juventud relaciones amorosas, de que se decia ser fruto aquel gefe de la conspiracion. Dispúsose para el 15 de marzo acabar, en el Senado mismo, con el dictador, al cual en vano se dirigieron de todas partes avisos y exhortaciones para retraerle de asistir á la sesion. Despreciólas todas, igualmente que los ruegos de su muger Calpurnia, y presentándose en el Senado, le rodearon, como para saludarle, los senadores alistados en la conjura. Atilio Cimbrio, uno de ellos, le tiró de la toga con fuerza, y Casca en seguida descargó sobre él su espada. Arrebatósela César, y habria al punto dado fin de él, si los conjurados, desenvainando luego las suyas, no le acosasen á la vez, y si embargando el asombro á los senadores que no tenian noticia anterior de la trama, no hubiese su impasibilidad facilitado el logro del indigno propósito. César solo resistió á todos; pero vió levantada sobre su cabeza la espada de Bruto, y despues de dirigirle las palabras, tan célebres por su énfasis terrible: ¿Tú tambien, hijo mio? se cubrió la cara con su toga, y cayó atravesado de treinta y tres heridas, á la edad de 56 años, en el de 711 de Roma, y de 43 antes de J. C. Por de pronto huveron los senadores no iniciados en la trama, y el pueblo cayó en la especie de estupor que producen por lo comun semejantes acontecimientos; pero en breve sucedió al pasmo la indignacion se celebraron sus funerales con gran pompa; y el Senado, que no se habia atrevido à defenderle, le inscribió en el catálogo de los dioses. Los que desconociendo que en el estado á que llegara la república, nada podia ser mas feliz para ella que tener por gefe al ciudadano dotado de las mas altas cualidades, mancharon sus manos con la sangre de César, expiaron en breve su crímen. César no fue solo el general mas hábil que figura

en los fastos de Roma; fue ademas un orador, que habria competido con Ciceron, si sus ocupaciones militares le hubieran dejado tiempo para consagrarse al foro; fue un historiador, á quien ninguno de los de su patria aventajó ni en la exactitud de los hechos ni en la pureza del estilo; fue el reformador del antiguo calendario, que algunos siglos despues debia reformar de nuevo en la misma ciudad un pontífice de otra creencia; fue autor de multitud de leyes, que Roma recibió con acatamiento tal vez, y tal vez con entusiasmo; fue en fin generoso en la guerra, moderado en la paz, usó con insigne templanza del inmenso poder que se le habia conferido, y debió por lo tanto ser llorado, como lo fué, de la populosa ciudad, que despues de tan largos disturbios le habia debido un reposo sólido y una gloria inmortal. Horacio, suponiendo que tal hombre debia tener por vengador á un Dios, no le tributó, pues, un homenage exagerado, ni hizo mas que revestir de la pompa de la poesía el elogio que andaba en las bocas de todos los romanos de su tiempo.

V. 45. Serus in cœlum... Este ruego a Mercurio que habia tomado la figura de Augusto, es al mismo tiempo una plegaria á este. Decir á Mercurio, « no te vuelvas pronto al cielo de donde bajaste,» equivale á decir á Augusto, «< no te deshagas tan pronto del poder que se te confirió.» Este poder se le habia conferido por diez años al dársele el título de príncipe, diez dias antes de habersele dado el de Augusto, y mucho despues de habérsele dado con repeticion el de padre de la pátria.

V. 46. Populo Quirini... En la nota al verso sétimo de la oda primera he señalado el origen de la denominacion de Quirites que se dió á los romanos, y orígen igual ó semejante tuvo la calificacion de Quirinus que se dió á Rómulo despues de su elevacion al cielo. Alterada de una ú otra manera la palabra sabina Quíris, derivada del nombre de su ciudad capital Cures, fue la raiz de las deno. minaciones dadas á los romanos, á su fundador, y aun á Marte, padre de este.

V. 50. Pater atque princeps... Estos dictados, que al principio se dieron con mucha razon á Augusto, los pro

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digó despues la lisonja á príncipes indignos de mandar, aun de existir. Augusto mostró un gran júbilo el dia en que el Senado le confirió el título de padre de la patria.

V. 51. Neu sinas Medos... Los antiguos medos ocuparon algun tiempo un territorio entre la Armenia, el mar Caspio y la Persia. Mas tarde estendieron su poder, y llegaron á formar un reino considerable, que bajo la direccion de Ciro, se reunió con el de Persia, y formó un solo imperio. Los medos, confundidos en varias épocas con los persas y con los Partos, no fueron considerados por los ro. manos, sino como formando entre todos una sola nacion. Véase la nota al verso 22 de esta oda, y al 53 de la oda 12. V. 52. Cæsar... El César, á quien Horacio exhortaba á castigar á los medos ó persas, ó lo que es lo mismo, á llevar a cabo el propósito que poco antes de morir tenia formado Julio César, fue hijo de Atia, sobrina de éste, y de un Octavio, que de la clase de caballero, se habia elevado á la de senador. Este hijo, que nuestros autores han llamado casi constantemente Octaviano, nació en 691, recibio una educacion brillante, y se hallaba completándola en Apolonia, ciudad del Epiro (hoy Polina ó Pollina en la Albania), cuando recibió la noticia de la muerte trágica de su tio, y la de que este, que le amaba tiernamente, le habia adoptado é instituido su heredero. Embarcóse al punto para Italia, desembarcó cerca de Brindis, y recibido y vitoreado por unos pocos soldados que alli se encontraban, se puso á su cabeza, y marchó en derechura á Roma, de donde salieron ȧ recibirle con interes gentes de todas clases. A la cabeza del partido que anunciaba querer vengar la muerte del dictador, se hallaban Lépido y Marco Antonio; y este último, revestido à la sazon del poder consular, ejercia una autoridad, que al presenciar las demostraciones benévolas que se hacian en favor del heredero de César, receló ver disputada. Tratose de avenirlos, y se les avino en apariencia; pero Antonio, que aspiraba sin rebozo al poder, reunió tropas, y tomó una actitud tan sospechosa, que obligó al Senado á declararle enemigo de la patria, y á enviar contra él un ejército. Sirvió en él Octavio, y contribuyó á la derrota que sufrieron en los campos de Módena 4

TOMO 1.

las tropas de su rival. Rehízose este en breve, y Octavio recibió órden de oponerse á su marcha, en union con Décimo Bruto, uno de los asesinos de César. Conoció su jóven heredero los peligros de esta asociacion, y reconciliándose en secreto con Antonio, marchó sobre Roma, en vez de marchar contra él, y á la cabeza de sus tropas, exigió alli que se le nombrase cónsul, y fue nombrado en efecto á unanimidad, cuando aun no habia cumplido veinte años. Dueño del poder, hizo condenar á los matadores de su tio, y revocar los decretos expedidos contra Antonio y Lépido, y por resultas de las pláticas que entabló en seguida con estos dos gefes, se formó la famosa coalicion, conocida con el nombre de triunvirato. La base de este arreglo fue la distribucion del mando entre los tres asociados, pero la docilidad con que ellos consintieran en la proscripcion de sus amigos, que recíprocamente entregó cada uno á la venganza de sus colegas, difundió el espanto en Roma, regada luego con la sangre de sus mas ilustres ciudadanos. A favor de la consternacion producida por estas atroces venganzas, Bruto y Casio, sustraidos antes con la fuga á la expiacion que debian al asesinato del dictador, habian reunido en Oriente un ejército, y desafiaban con él al nuevo poder, erigido en la capital de la república bajo tan funestos auspicios. Octavio y Antonio salieron al punto á campaña contra aquellos gefes, que alcanzados y deshechos en Filipos, se dieron la muerte por no sobrevivir á su derrota. Octavio gravemente enfermo, regresó á Roma, donde por una parte le dieron mucho en que entender, sediciones graves, provocadas por la distribucion de las tierras de los que siguieron el partido vencido, y por otra revueltas mas sérias aun, suscitadas en la Galia Cisalpina por algunos de aquellos ambiciosos, que por mucho que medren, nunca creen haber medrado bastante. Severidad y justicia habian sofocado las disensiones, y contenido las resistencias, cuando Antonio, aniquilados los restos de ejército de Bruto, volvió á Roma, y pláticas nuevas entre los triunviros produjeron una division de mando, de que por de pronto resultó una desmembracion del estado, y de que mas tarde podian resultar colisiones violentas, y sin la

estrella feliz de Octavio y de Roma, la prolongacion indefinida de la guerra civil. En la distribucion del territorio se adjudicó á Lépido el Africa, el Oriente á Antonio, y Roma y el Occidente á Octavio. Este, mostrando lo que debia esperarse de su dominacion, desde el dia en que lograse consolidarla, levantó las proscripciones antiguas, mandó quemar los papeles que podian suministrar motivos ó pretestos para proscripciones nuevas, hizo reconocer los derechos atropellados por tan largo tiempo, y estableció em fin una paz, que apenas turbaron algunos conatos de rebelion en las Galias, reprimidos luego por el nuevo gefe en persona, y los esfuerzos de Sexto Pompeyo, que aun mandaba una escuadra, compuesta de gente valiente y aguerrida. Para poner á cubierto la Sicilia, amenazada por aquel audaz caudillo, pasó allá Lépido con tropas de Africa; pero por resultas de un altercado con Octavio, fue luego despojado aquel de la parte que le correspondia en el poder, de la cual tomó posesion en seguida su afortunado cólega. A medida que este estendia el suyo, le iban consolidando la equidad de sus procederes, su munificencia con el pueblo, y el respeto que mostraba á las formas del gobierno republicano, respeto que por al gun tiempo le hizo no aceptar el cargo que se le confi. rió de tribuno perpétuo. Seguro ya del favor popular, se aplicó á deshacerse de su cólega de Oriente, que entregado al amor de la famosa Cleopatra, olvidaba los mira. mientos que debía á la república, hasta el punto de otorgar un testamento, por el cual nombraba herederos de su poder á los hijos que habia tenido en aquella reina de Egipto. Para vengar este desacato, hizo Octavio que se le declarase la guerra, y salió sin detencion en busca de su rival. Encontráronse sus escuadras en las aguas de Accio (hoy Azio), y alli, no lejos del lugar donde diez y seis siglos despues hundió un bastardo ilustre el estandarte hasta entonces victorioso de la media luna, se empeñó el 2 de setiembre del año de 723 de Roma la famosa batalla que debia dar un dueño al mundo. Ganóla Octavio, que persiguiendo los restos de la escuadra fugitiva, desembarcó en Siria, y penetró luego en Egipto,

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