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ejemplos, humillaba el espíritu consagrando tradiciones absurdas, y corrompia la sociedad por la licencia que autorizaba en las costumbres. Una larga série de siglos ratificó esta decision, que entró como un axioma en los principios ó reglas de la educacion literaria. de todas las naciones del mundo civilizado, bien que por una estraña contradiccion, formase parte de esta educacion misma el estudio de las fábulas, que tan unánimemente se habia convenido en desacreditar.

Hace algun tiempo que humanistas distinguidos empezaron á sospechar que podian ellas tener un sentido diferente del que en apariencia presentaban, y desde principios del siglo XVIII formó el erudito Antonio Banier el proyecto de esplicar la mitología por la historia. Durante treinta años se consagró con este objeto á investigaciones prolijas; pero estendiéndolas tal vez á tradiciones, que perdida la huella de su orígen, no era fácil, ni acaso posible, aclarar; dando otras veces á suposiciones arbitrarias, el valor que solo correspondia á los hechos averiguados, y sacrificando en fin al sentido histórico, que no siempre tienen las fábulas gentilicas, el alegórico, que rara vez dejan de envolver, suministró á los impugnadores de su sistema, armas con que en muchas ocasiones lo combatieron victoriosamente. Lo mismo sucedió poco despues á Tomas Blakwell, y lo mismo en seguida á Court de Gebelin, dominados ambos por ideas fijas, y este último sobre todo, por la de ver solo alegorías donde Banier no habia visto mas que recuerdos históricos. A este y á aquellos los estravió el propósito de referir á un principio uniforme lo que no podia esplicarse sino por principios diferentes; de lo cual resultó que descubrimientos á veces curiosos y útiles, quedaron sepultados entre el fárrago de hipótesis gratuitas y de conjeturas descabelladas.

Al mismo tiempo que Court de Gebelin publicaba en Francia su Mundo primitivo, publicaba Cristian Heyne en Alemania sus Comentarios sobre Apolodoro, en los cuales presentó nuevas y curiosas doctrinas mitológicas, y trató de separar las ideas simbólicas de la mitología, que en su opinion se referian á hechos históricos, de las que contenian las fábulas forjadas por la imaginacion de los poetas. Hermann, discípulo de Heyne, desenvolvió en seguida en su Manual mitológico los pensamientos de su maestro, que no todos encontraron exentos de error ó de exageracion. Entre los que por esta razon los combatieron, se distinguió el célebre Martin de Voss, sosteniendo que las fábulas de la antigüedad no contenian las verdades filosóficas que creian descubrir en ellas el erudito sajon, y alguno de sus discípulos. En la controversia entablada con este motivo, y prolongada hasta nuestros dias, tomaron parte ademas de Voss y Heyne, Hermann, Goerres, Creuzer, y otros profesores alemanes; pero subyugados unos por la vanidad literaria, la mas intratable y dura de todas las vanidades; arrastrados otros por su respeto á teorías, que tal vez los condujeran al descubrimiento de una ú otra verdad; y estraviados los mas por rivalidades de profesorato, en pocas partes mas vivas que en las universidades alemanas, dejaron sin decidir muchos puntos, que una discusion tranquila y desapasionada habria podido poner al abrigo de ulteriores disputas. Mas de cuarenta años duraron las que las teorías opuestas de Heyne y de Voss suscitaron en Alemania, y que se prolongaron despues de la muerte del primero de estos ilustres críticos, verificada en 1812, pues el segundo, que no murió hasta catorce años despues, continuó con Creuzer y otros hasta su última hora, la polémica que por tan largo tiempo habia sostenido con Heyne y con Her

mann. Entre las suposiciones arbitrarias de unos, las quiméricas conjeturas de otros, y el espíritu de sistema de todos, sobrenadaron algunos descubrimientos ingeniosos, que no debian ser perdidos para la resolucion de varios problemas difíciles de la mitología y de la historia. Abrieron pues en tan vasto piélago los autores de aquellos descubrimientos rumbos nuevos, que circunspectas esploraciones podian fácilmente rectificar.

A ellas debia lanzarse por necesidad el que trasladaba al castellano las obras de un poeta gentil, que habia debido á sus creencias religiosas, las mas elevadas inspiraciones. No tocaba en verdad á un comentador de Horacio establecer un sistema mitológico completo, que críticos hábiles, y especialmente dedicados á esta clase de investigaciones, no habian alcanzado á fijar; pero le incumbía penetrar en el laberinto de aquellas creencias, y trabajar en sorprender allí el secreto de su origen, y en desvanecer los errores que sobre sus principios y su objeto habian cundido y arraigádose durante muchos siglos. Durante otros muchos fueron ellas acatadas en todos los pueblos de la tierra; y no porque desapareciesen al soplo de los dogmas mas sublimes y puros de la religion del Salvador, se debe reputar absurda la que por mil y quinientos años profesó el mundo entero, la qué profesaron Sócrates, Platon y Aristóteles, Xenofonte, Tucídides y Polibio, Salustio, Ciceron y Séneca, Tito, Marco Aurelio y Trajano, y otra multitud de personages, que á intervalos descollaron en aquel largo periodo, por grandes talentos ó por eminentes virtudes. ¿Puede suponerse que tantos hombres superiores creyesen que el primero de los númenes de su Olimpo se trasformaba alternativa ó sucesivamente en toro, en cisne ó en lluvia de oro, para corromper castas

vírgenes ó respetables matronas? ¿Puede creerse borrado ó estinguido el instinto del pudor, hasta el punto de que cincuenta ó mas generaciones adorasen á dioses manchados con robos, adulterios, incestos, y con todo linage de crímenes? De estas consideraciones se infiere naturalmente que las aventuras de los dioses y de los héroes del paganismo, no son siempre hechos materiales, ni dan lugar por consiguiente á las deducciones que de ellas se desprenderian, si como hechos bubiesen de considerarse. Tal vez desfiguró la mitología los consignados en la historia y las tradiciones de los pueblos, para que como los inventados por los primeros instructores del mundo antiguo, presentasen emblemas ó símbolos, destinados á materializar, ya la adoracion de los objetos dignos de acatamiento, ya las reglas de la moral, y el respeto á las instituciones civiles, que en la infancia de las sociedades necesitaban el apoyo de las creencias religiosas. Ni parecerá estraño que aquellos emblemas ó símbolos fuesen á veces groseros, y aun obscenos en apariencia, cuando se reflexione sobre la supersticion habitual, el fanatismo estrecho, y la general ignorancia de las sociedades primitivas. Emblemas y símbolos de la misma clase ofrecen todas las religiones de la tierra, y aun de la que diez y ocho siglos há se dignó revelarle el hijo de Dios, no se esplicarian ciertos hechos, ni se comprenderian ciertos dogmas, si la piedad ilustrada de los comentadores de los libros santos no hubiese descubierto, en la division de los sentidos anagógico, tropológico y místico, la clave de la interpretacion. Y ¿por qué no será interpretable de la misma manera, lo que en las demas creencias aparezca de chocante en los hechos, ó de singular en las doctrinas?

Tanto quizá como los comentarios mitológicos, he

pensado que contribuirian á la inteligencia de las composiciones de que me he propuesto generalizar el conocimiento, noticias mas ó menos circunstanciadas de la vida de los hombres distinguidos, de que se hace mencion en estas composiciones mismas. Y ¿cómo á lectores poco versados en la historia antigua, agradarian cuadros, en que apareciesen grupos de personages, de que no solo ignorasen absolutamente los hechos, sino de que desconociesen hasta la existencia y los nombres? ¿Qué efecto produciría, por ejemplo, sobre el espíritu del mayor número de los lectores, la magnífica asociacion que en la oda XII del primer libro hace el poeta de Orfeo, Júpiter, Palas, Baco, Diana, Febo, Hércules, Cástor y Polux, con Rómulo, Numa, Tarquino, Caton, Régulo, Escauro, Paulo Emilio, Fabricio, Curio, Camilo y Marcelo, si no se pusiesen de manifiesto los títulos que cada uno de ellos tenia á la veneracion de los hombres y al entusiasmo de los poetas? Entre los personages nombrados ó aludidos por Horacio, hay ademas algunos que desempeñaron importantes papeles en los terribles dramas que se representaron en Roma durante los treinta y cinco años primeros de la vida del ilustre lírico. Desapoderadas ambiciones hundieron en aquel periodo una república que contaba siete siglos de existencia, y apenas hubo un hombre importante, que no fuese autor, ó cómplice, ó víctima de los acontecimientos que sustituyeron á una gastada y turbulenta democrácia, un vigoroso absolutismo por de pronto, y poco despues, la mas insoportable tiranía. Julio César, Augusto, Mecenas, Agripa, Polion, Lólio, Caton, Bruto, y otros varios, sobresalen en el grupo de los que figuraron en aquellas vastas y trascendentales peripecias; y Horacio no podia dejar de hacer mencion de ellos, al lamentar los

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