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Profeta, Psal. 102, 14: Recordatus est quoniam pulvis sumus, dice S. Anselmo, 1. de similitudin. c. 61. ¿Qué mucho que el viento se lleve al polvo? Si pedís remedio para tener mucha caridad con vuestros herinanos, para ser obediente, para ser paciente, para ser muy penitente, aqui hallareis remedio para todo. De nuestro padre S. Francisco de Borja leemos, l. 4, c. I de su vida, que yendo de camino, le encontró un señor de estos Reinos, amigo suyo, y como le vió que andaba con tanta pobreza é incomodidad, condoliéndose de él, rogóle, que tuviese mas cuenta con su persona y regalo. Díjole el Santo con alegre semblante y mucha disimulacion: No le dé pena á vuestra Señoría, ni piense que voy tan desapercebido como le parece; porque le hago saber, que siempre envio delante un aposentador, que tiene aderezada la posada y todo regalo. Preguntando aquel señor, ¿quién era aquel aposentador? Res

pondió, es mi propio conocimien

to, y la consideracion de lo que yo merezco, que es el infierno, por mis pecados y cuando con este conocimiento llego á cualquier posada, por desacomodada y desapercebida que esté, siempre me parece mas regalada de lo que yo me

rezco.

En las cronicas de la Orden de los Predicadores, I p. 1. 3, c. 4, se cuenta de la bienaventurada santa Margarita de la dicha Orden, que

una vez hablando con ella un Re
ligioso, gran siervo de Dios, y muy
espiritual, entre otras cosas le di-
jo, como él habia suplicado á Dios
muchas veces en la oracion, que le
mostrase el camino que los padres
antiguos habian llevado, para agra
darle tanto, y recibir de su mano
muchas mercedes que recibieron: y
que estando una noche durmiendo,
le fue puesto delante un libro es-
crito con letras de oro, y luego le
despertó una voz, que decia: Le-
vantate, y lee. Y que se habia levan-
tado, y leído estas pocas palabras,
pero celestiales
pero celestiales y divinas. * Esta
fue la perfeccion de los padres an-
tiguos, amar á Dios, despreciarse á
sí mismos, no despreciar á nadie,
ni juzgarle. * Y luego desapareció

el libro.

CAPITULO XII.

Que conviene ejercitarnos en nuestro propio conocimiento.

De lo dicho se entenderá cuan

en

to conviene ejercitarnos en nuestro propio conocimiento. Preguntando Tales. Milesio (a) uno de los siete sabios de Grecia, ¿cuál era todas las cosas naturales la mas dificultosa de saber? Respondió, que el conocerse el hombre á sí mismo; porque es tan grande el amor propio que nos tenemos, que nos estorba é impide este conocimiento. Y de aí vino aquel dicho tan celebre entre los antiguos: Nos

(a) Tales Miles. refert Paul. Manut. in appoteg. p. 567, § 8Id. Diogenes.

ce te ipsum: Conócete á tí mismo. Y el otro dijo: Tecum habita. Mora contigo; pero dejemos los estraños, y vengámonos á los nuestros, que son mejores maestros de esta ciencia; los bienaventurados santos Agustin, (b) y Bernardo (c) dicen, que esta ciencia del propio conocimiento es la mas alta y de mayor provecho de cuantas han inventado y hallado los hombres. En mucho estiman los hombres, dice S. Agustin, la ciencia de las cosas del cielo y de la tierra, la ciencia de la astrología, de cosmografia, el saber los movimientos de los cielos, los cursos de los planetas, sus propiedades é influencias; pero el conocerse á sí mismo, es mas alta ciencia y mas provechosa que todas esas: las demas hinchan y envanecen, como dice S. Pablo, I ad Cor. c. 8, v. 1; pero esta edifica y humilla. Y asi los Santos, y todos los maestros de espíritu encargan mucho, que nos ocupemos en la oracion en este ejercicio, y reprenden el engaño de algunos que pasan ligeramente por el conocimiento de sus defectos, y se detienen en pensar otras cosas devotas, porque hallan gusto en ella, en considerar sus defectos y faltas no hallan sabor, porque no gustan de parecer mal á sí mismos, como la persona fea, que por eso no se osa mirar en el espejo. Dice el glorioso S. Bernardo, hablando en la persona de Dios: 0

homo si te videres, tibi displiceres, et mihi placeres; sed quia te non vides, tibi places, et mihi displices: 0 hombre, si te vieses y conocieses, luego te descontentarias y desagradarías á tí, y me contentarías y agradarías á mí; pero porque no te ves ni conoces, agradaste á tí, y descontentasie à iní: Veniet tempus, cum nec mihi nec tibi placebis, mihi quia peccasti, tibi quia in æternum ardebis: Guardáos no venga tiempo, cuando ni os agradeis á vos, ni á Dios; á Dios porque pecasteis y á vos porque os condenasteis.

S. Gregorio, (d) tratando de esto, dice: Hay algunos, que en comenzando á servir á Dios, y á tratar un poco de virtud, luego les parece que son buenos santos, y de tal manera ponen los ojos en lo bueno, que hacen que se olvidan del todo de los pecados y males pasados, y aun algunas veces de los presentes, porque se ocupan tanto en mirar lo bueno, que no atienden ni echan de ver muchas cosas malas que hacen. Pero los buenos y los escogidos hacen muy al contrario, porque estando verdaderamente llenos de virtudes y buenas obras, siempre ponen los ojos en lo malo que tienen, y estan mirando y considerando sus faltas é imperfecciones. Y bien se ve lo que va de lo uno á lo otro, porque de esa manera vienen á ser, que estos mirando á sus males conserven

(b) Aug. 1. 4 de Trin. in præmio. (c) Bernar. de interiori domo. (d) Greg. 1. 22 moral. c. 5, et l. 34, c. 16.

sus

bienes, y las virtudes grandes que tienen, permaneciendo siempre en humildad y por el contrario, los malos mirando sus bienes los pierden, porque se ensoberbecen y desvanecen con ellos. De manera que los buenos se ayudan de sus males, y sacan bien y provecho de ellos y los malos sacan mal y daño de sus mismos bienes, porque usan mal de ellos. Como acontece acá en cualquier manjar, que aunque sea bueno y saludable, si come uno de él sin órden y sin regla, enfermará con él; y por el contrario, si el veneno de la vivora le toma con cierta composicion y temperamento, le será triaca y salud. Y cuando el demonio os trajere á la memoria los bienes que habeis hecho, para que os estimeis y ensoberbezcais, dice S. Gregorio, 1. 22 mor. c. 5, contraponedle vos vuestros males, trayendo á la memoria vuestros pecados pasados. Como lo hacia el Apóstol S. Pablo, para que no le levantasen y desvaneciesen sus grandes virtudes, y haber sido arrebatado al tercero cielo, y la grandeza de las revelaciones que habia oído: Qui prius blasphemus fui, et persecutor, et contumeliosus: I ad Tim. c. 1, v. 13. ¡ Ay, dice, que he sido blasfemo y perseguidor de los siervos de Dios, y del nombre de Cristo! ¡Ay que no soy digno de ser llamado Apóstol, porque he perseguido la Iglesia de Dios! Qui non sum dignus vocari Apostolus, quoniam persecutus sum Ecclesiam Dei: 1 ad Cor. c. 15,

v. 19. Este es muy buen contrapeso, y muy buena contramina contra esta tentacion.

Sobre aquellas palabras que dijo el Arcángel S. Gabriel al profeta Daniel, c. 8, v. 7: Intellige fili hominis: Hijo del hombre, entiende lo que te quiero decir. Dice S. Gerónimo: aquellos santos profetas, Daniel, Ezequiel y Zacarías, con las altas y continuas revelaciones que tenian, parece que se hallaban ya entre los coros de los Angeles: y porque no se levantasen sobre sí, y se desvaneciesen y ensoberbeciesen con esto, pensando que eran ya de otra naturaleza angélica superior, les avisa el Angel de parte de Dios, que se acuerden de la fragilidad y flaqueza de su náturaleza, llamándolos hijos de hombres, para que reconozcan que son hombres flacos y miserables como los demas, y asi se humillen y se tengan en lo que son. Y tenemos muchos ejemplos en las historias, asi eclesiásticas, como seglares, y de Santos, y de varones ilustres, Reyes, Emperadores y Pontífices, que usaban de este medio, para conservarse en humildad, y no desvanecerse.

De nuestro padre S. Francisco de Borja se dice, 1. 4, c. I de su vida, que aun siendo duque de Gandía, un santo varon le dió este consejo: que si queria aprovechar mucho en el servicio de Dios, no se le pasase dia ninguno que no pensase algo que tocase á su confusion y desprecio. Tomó él tan de veras el

nester andar reprimiendo y abajando esta hinchazon y soberbia que se levanta en nosotros, mirandonos á los pies de nuestra fealdad y bajeza, para que así se deshaga esa rueda de vanidad da de vanidad y soberbia. Acordemonos de aquella parábola de la higuera, que trae el sagrado Evange lio. Luc. 13, v. 6. Queria arrancarla su dueño, porque habia tres años que no llevaba fruto. Dice el hortelano: Señor, dejadla este año siquiera, y yo la cavaré, y echaré estiércol al rededor de ella, y si con esto no diere fruto, entonces la arrancareis. Pues cavad vos esa higuera seca y estéril de vuestra ánima, y echad al rededor estiércol de vuestros pecados y miserias, pues hay harto, y con eso llevará fruto y se hará fértil.

consejo: que desde que se dió al ejer cicio de la oracion mental, emplea ba cada dia las dos primeras horas de ella en este conocimiento y menosprecio de sí mismo. Y cuanto oía, y leía y miraba, todo le servia para este abatimiento y confusion. Y fuera de esto tenia otra devocion, que le ayudaba mncho, y era que cada dia én levantándose, la primera cosa que hacia era arrodillarse, y besar tres veces la tierra, para acordarse que era polvo y tierra, y que en eso se habia de volver. Y bien se le pareció el provecho que de aí sacó, pues nos dejó tan grande ejemplo de humildad y santidad. Lib. 4, C. 4. Pues guardemos nosotros este consejo, y quedemonos con él: no se nos pase dia ninguno, que no gastemos algun rato de oracion en pensar algo que toque á nuestra confusion y desprecio. Y no paremos ni descansemos en este ejercicio, hasta que sintamos que se nos que se nos ha embebido en nuestra alma un entrañable desprecio y desestima de nosotros mismos, y una confusion y vergüenza delante del acatamiento de la Magestad de Dios, viendo nuestra bajeza y miseria: que lo habemos mucho menester, porque es tanta nuestra soberbia, y la inclinacion que tenemos á ser tenidos y estimados, que si no andamos continuamente en este ejerci cio, cada hora nos hallarémos levantados sobre nosotros, como el corcho sobre el agua. Porque mas vanos y mas livianos somos nosotros que el corcho. Siempre es me-

TOMO II.

este

Para que nos animemos mas á ejercicio, este ejercicio, y ninguno tome ocasion para dejarle por algunas falsas aprehensiones, se han de advertir aquí dos cosas. La primera, que no piense nadie que es ejercicio de solos principiantes, porque lo es tambien de antiguos y aprovechados, y de muy perfectos varones, pues vemos que ellos, y el mismo Apóstol S. Pablo le usaban. Lo segundo, es menester que entendamos que este ejercicio no es triste ni melancólico, ni causa turbacion ni desasosiego, sino antes trae consigo grande paz y quietud, y gran contento y alegria, por muchas faltas y miserias que uno conozca en sí, aunque de verse tan ruín entienda claramente que

I I

merece que todos le aborrezcan y desprecien; porque cuando este conocimiento nace de verdadera humildad, viene aquella pena con una suavidad y contento, que no querria uno verse sin ella. Esas otras penas y congojas que algunos tienen, viendo en sí tantas faltas é imperfecciones, son tentacion del demonio, el cual pretende con eso por una parte, que pensemos que tenemos humildad, y por otra si pudiese á vueltas, querria que desconfiasemos de Dios, y que anduviesemos desalentados y desmayados en su servicio. Si hubieramos de parar en el conocimiento de nuestra flaqueza y miseria, harta ocasion tuviéramos de entristecernos y desconsolarnos, como tambien de desmayar y acobardarnos; pero no habemos de parar aí, sino

mente todo eso. Y con esta consideracion arraigada en las entrañas desarrimase de sí, como de caña quebrada, y anda arrimado y confiado siempre en Dios, conforme aquello del profeta Daniel: c. 19, v. 18. Neque enim in justificationibus nostris prosternimus preces ante faciem tuam, sed in miserationibus tuis multis: No confiados de nosotros, ni en nuestros merecimientos y buenas obras nos atrevemos á levantar nuestros ojos á vos, y pediros mercedes, sino confiados, Señor, en vuestra grande misericordia.

CAPÍTULO XIII.

Del segundo grado de humildad, declarase en que consiste este grado.

pasar luego a la consideracion de El segundo grado de humildad,

á

la bondad y misericordia y liberalidad de Dios, y á lo mucho que nos ama y padeció por nosotros, y en eso habemos de poner toda nuestra confianza. Y así lo que fuera ocasion de desmayo y tristeza, mirandoos á vos, sirve para esforzar y animar, y es ocasion de ma-. yor alegria y consuelo, mirando á Dios. Mirase uno á sí mismo, y no ve sino que llora, y mirando á Dios, confia en su bondad, sin temor de verse desamparado, por muchas faltas é imperfecciones y miserias que vea en sí. Porque la bondad y misericordia de Dios, en que tiene puestos sus ojos y corazon, escede y sobrepuja infinita

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dice S. Buenaventura, es desear uno ser tenido de los otros en poco: Amat nesciri, et pro nihilo reputari: Process. 6 regul. c. 22. Desear que no os conozcan, ni os estimen, y que no haga nadie caso de vos. Si estuvisemos bien fundados en el primer grado de humildad, tendriamos andado mucho camino para llegar á este segundo, si verdaderamente nosotros nos tuviesemos en poco á nosotros mismos, no se nos haria dificul

toso que

muy los otros tambien nos tuviesen en poco, antes nos holgariamos de ello. Lo quereis ver? dice S. Buenaventura. Todos natu-. ralmente nos holgamos que los de

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