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tecer algunas veces, que no quiere uno descubrir sus tentaciones á quien debe, y descúbrelas á quien no debiera, y á quien por ventura hará daño, descubriéndolas, y le recibirá él tambien ; porque podrá ser que el otro tenga la misına tentacion y flaqueza, y con eso quede mas confirmado en ella el uno y el otro. Pues por esto y por otros inconvenientes que se podrian seguir, conviene mucho que solamente comunique uno sus tentaciones y enfermedades espirituales con los médicos espirituales que los han de curar y remediar; de quienes puede estar seguro que no le hará daño, y que recibirá provecho. Y asi dice el Sabio: Non enim omni homini cor tuum manifestes: No descubrais vuestro corazon á cualquiera. Y en otro lugar: Multi pacifici sunt tibi, & consiliarius sit tibi unus de milie: Amigos muchos, todos han de ser nuestros amigos, pero consejero uno entre mil.

Otro aviso (a) dan tambien para el tiempo de las tentaciones de mucha importancia: Que procuremos en los tales tiempos continuar nuestros ejercicios espirituales, y perseverar en ellos con diligencia, y nos guardemos mucho de dejarlos ó disimularlos; porque cuando no hiciese otra cosa el demonio con la tentacion sino desbaratarnos en eso, habria hecho mucho, y se daría por bien pagado. Antes entonces hay necesidad de mayor continuacion en estos ejer

cicios, y de añadir, antes que quitar. Porque si el demonio nos quita las armas espirituales, con que nos defendemos y le ofendemos; claro está que nos llevará mas facilmente á lo que él desea. Y asi conviene mucho ser fieles á Dios nuestro Señor en el tiempo de la tentacion, y en eso se conocen sus verdaderos siervos: Vos estis, qui permansistis mecum in tentationibus meis: Luc. 22, v. 28. No es mucho perseverar uno en sus buenos ejercicios, cuando hay bonanza y devocion; pero perseverar cuando hay tempestades, tentaciones, sequedades y desconsuelos, eso es mucho de loar, porque es gran señal de verdadero amor, y de que sirve á Dios purisimamente por quien él

es.

El tercer aviso es, que se debe guardar uno mucho en el tiempo de la tentacion de hacer mudanza y tomar nuevas resoluciones, porque no es aquel tiempo á propósito para eso. En el agua turbia no se ve nada, dejadla asentar y aclarar, y entonces vereis las guigítas y arenítas que estan allá en lo mas hondo. Con la tentacion está uno muy inquieto y turbado: no puede ver bien lo que le conviene: Comprehenderunt me iniquitates meæ, & non potui ut viderem; Psal. 36, v. 13; y asi no es ese buen tiempo para deliberar, y resolverse y determinarse en ninguna cosa de nuevo. Dejad asentar y aclarar el agua, y cuando esteis sosegado y

(a) Divus Vincentius Ferrer 1. de Spirit. c. 12.

quieto, entonces vereis mejor lo que os conviene. Todos los maestros de la vida espiritual encomiendan mucho este aviso. Y nuestro santo Padre (b) nos le pone en el libro de los ejercicios, en las reglas que da para discernir los diversos espiritus. Y da allí una razon muy buena de esto; porque asi como en el tiempo de la consolacion es uno llevado y movido de Dios á lo bueno; asi en la tentacion es llevado é instigado del demonio, con cuya instigacion nunca se hace cosa buena.

Lo cuarto, es menester que en el tiempo de la tentacion seamos diligentes en aprovecharnos de los remedios arriba dichos, y que no nos estemos mano sobre mano. Lo cual se entenderá bien con el ejemplo siguiente. Cuéntase en las vidas de los Padres, que un monge andaba muy molestado del espíritu de fornicacion, y deseando librarse de tal molestia, se fue á un aprobadisimo padre del yermo, y con mucho sentimiento le dijo: Pón, padre venerable, tu cuidado y solicitud en mí, y ruega á Dios que me favorezca, porque pesadamente me combate el espíritu de la fornicacion. Y como esto oyó el santo viejo, de allí adelante suplicaba de dia y de noche á Dios le favoreciese. Pasados algunos dias volvió el monge al padre, y le suplicó, que orase por él con mas vehemencia, porque no se le mitigaba su pegajosa tentacion. El padre de

allí adelante suplicaba con mas instancia al Señor, diese esfuerzo al monge, y enviaba á su Magestad suspiros y gemidos con mucha eficacia. Otra y otra vez volvió el monge à él, y le dijo, que no le aprovechaban sus oraciones: de lo cual el santo viejo quedó desconsolado, y se maravillaba como Dios no le oía. Estando pues fatigado con este pensamiento, el Señor le reveló aquella noche siguiente, que la causa porque no le oía, era la negligencia y poco valor del monge para resistir: y la revelacion fue de esta manera: que veía estar muy ocioso y sentado aquel monge, y el espíritu de la fornicacion andaba delante de él tomando diversas formas y rostros de mugeres, jugando y haciéndole visajes, y el monge lo miraba, y se holgaba mucho con ello: veía tambien que el Angel del Señor estaba cabe de él, muy indignado con el monge; porque no se levantaba de allí, y acudia al Señor, y se postraba en tierra, y hacia oracion, y dejaba de deleitarse en sus pensamientos. Por esto conoció el buen viejo, que la causa porque Dios no le oía, era la negligencia del monge. Y asi la primera vez que le volvió á visitar, le dijo: Por tu culpa, hermano, no me oye Dios, por cuanto te deleitas con los malos pensamientos. Imposible es que de tí se aparte el espiritu sucio de la fornicacion, aunque otros rueguen á Dios por tí, si tu

(b) S. P. N. Ignat. l. exerc. spir. reg. 5 ad discernendum varios animi motus.

mismo no tomas el trabajo de inuchos ayunos, oraciones y vigilias, rogando á Dios con gemídos y lá. grimas que te conceda su favor y misericordia, y te dé fortaleza; de manera que puedas resistir á los malos pensamientos: porque aunque los médicos apliquen á los enfermos todas las medicinas necesarias, y se las dén con toda diligencia y cuidado, ninguna cosa les aprovechará, si por otra parte los enfermos comen cosas dañosas. De la misma manera pasa en las enfermedades del alma, que aunque los padres venerables, que son los médicos del alma, oren con toda su intencion y corazon á Dios por aquellos que piden les ayuden con sus oraciones, poco aprovecharán los tales médicos, si los que son tentados no se ejercitan en obras espirituales, rezando, ayunando y haciendo otras cosas que son á Dios agradables. Como esto oyó el monge, arrepintióse de todo su corazon, y de allí adelante siguió el consejo del buen viejo, y afligióse con ayunos, vigilias y oraciones, y asi mereció la misericordia del Señor, y se le quitó la tentacion. Pues de esta manera nos habemos de haber nosotros en las tentaciones, haciendo lo que es de nuestra parte, y poniendo los medios que debemos; porque de esa manera nos quiere el Señor dar la victoria.

Y porque en esto del resistir à las tentaciones, puede haber mas y meno nos habemos de contentar

nos,

con resistir de cualquier manera, sino procurar la mejor. En las cronicas de S. Francisco, p. 2, lib. 7, c. 8, se cuenta, que declaró el Señor á un grande siervo suyo Religioso de aquella Orden, llamado fray Juan de Alverne, el diverso modo con que se habian los Religiosos contra las tentaciones, especialmente contra los pensamientos de la carne: vió casi inumerable multitud de demonios, que sin cesar arrojaban contra los siervos de Dios muchas saetas, algunas de las cuales con impetuosa ligereza volvian contra los demonios que las tiraban, y entonces ellos con gran clamor daban á huír como afrentados: otras de aquellas saetas arrojadas de los demonios tocaban à los Religiosos, mas luego caían en el suelo sin hacerles daño alguno: otras entraban con el hierro hasta la carne, y otras pasaban el cuerpo de parte á parte. Pues conforme á esto, el mejor modo de resistir, y el que habemos de procurar es el primero; hiriendo al demonio con las mismas tentaciones y saetas con que él nos procura herir, y haciéndole huír. Y esto harémos muy bien, cuando pensando el demonio dañarnos con sus tentaciones, nosotros sacamos mayor provecho de ellas: como si de la tentacion de soberbia y vanidad, que el demonio nos trae, sacamos mas humildad y confusion; y de la tentacion deshonesta sacamos mayor aborrecimiento del vicio, y mayor amor á la castidad, y andar

con mayor recato y fervor, y acu. dir mas á Dios: Y así dice el bienaventurado S. Agustin, sobre aquellas palabras: Ps. 102, v. 26. Draco iste, quem formasti ad illudendum ei: que de esta manera los siervos de Dios hacen burla de este dragon, porque queda cogido y enlazado con el mismo lazo con que nos queria enlazar. Conforme á aque

llo del Real Profeta: Ps. 9, v. 16. In laqueo isto, quem absconderunt, comprehensus est pes eorum. Captio, quam abscondit, apprehendat eum. Et in laqueum cadat in ipsum: Psal. 34, v. 8. Viniendo por lana, vuelve trasquilado: Convertetur dolor ejus in caput ejus, et in verticem ipsius iniquitas ejus descendet. Psal. 7, v. 17.

TRATADO QUINTO,

DE LA AFICION DESORDENADA

DE PARIENTES.

CAPÍTULO PRIMERO.

Cuanto le importa al Religioso huír visitas de parientes, y de las idas á su tierra.

Acerca del amor y aficion que Luc. c. 14, v. 26. Y así debe pro

*

habemos de tener tener á parientes, nos pone nuestro santo Padre (a) una regla, que dice bien á todos los Religiosos. Cada uno de los que entran en la Compañia, siguiendo el consejo de Cristo nuestro Señor: Qui dimiserit Patrem, &c. Matth. c. 19, v. 19, haga cuenta de dejar el padre y madre, her manos y hermanas, y cuanto tenia en el mundo: Antes tenga por dicha á sí, aquella palabra: Qui non odit patrem suum, et matrem, adhuc autem et animam et animam suam, non potest meus esse discipulus:

TOMO II.

(a) C. 4 exa. § 7: et reg. 8 summ.

curar de perder toda la aficion carnal, y convertirla en espiritual con los deudos, amándolos solamente con el amor que la caridad ordenada requiere, como quien es muerto al mundo y al amor propio, y vive en Cristo nuestro Señor solamente, teniendo á él en lugar de padres y hermanos, y de todas las cosas. No basta dejar el mundo con el cuerpo, es menester que le dejemos tambien con el corazon, perdiendo todas las aficiones que tratan de él, y le inclinan á las cosas del siglo. No es malo amar al deudo,

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porque es deudo: antes por ese respeto debe ser amado mas que otro que no lo es: mas si este amor se funda solamente en la naturaleza, no es amor propio de cristiano, y mucho menos del Religioso, pues todos los hombres, aunque sean inhumanos y bárbaros, quieren bien á sus padres, y á los que estan conjuntos consigo en naturaleza; pero el cristiano, y mas el Religioso, dice S. Gerónimo, hom. 27, ha de subir el punto de este amor natural, y apurarle como en crisol con el fuego del amor divino, y amar á los suyos, no tanto porque la naturaleza le inclina á amarlos, como porque Dios le manda que los ame, cercenando del todo lo que le puede dañar y apartar del amor del sumo bien, y amándolos solamente para lo que Dios los ama, y para lo que quiere que nosotros los ainemos. Y esto es lo que dice la regla, que habemos de perder toda la aficion carnal, y convertirla en espiritual, haciendo de amor propio, amor de caridad, y de amor de carne, amor de espíritu. Y da la razon de esto: porque el Religioso debe ser muerto al mundo y al amor propio; y así no ha de vivir ya en él el amor del mundo, sino solo el amor de Cristo. Y apoya nuestro santo Padre esta regla con autoridades de la sagrada Escritura, que es cosa que no suele hacer en otras reglas y constituciones, aunque lo pudiera facilmente hacer: porque la doctrina de nuestras

(b) C. 4 exa. § 1 et 2. Ps. 111, v. g.

constituciones es tomada del Evangelio, mas no quiso, sino darnos esta doctrina con la llaneza y sinceridad con que de Dios le habia recibido: pero en llegando á tratar de parientes, luego apoya lo que dice con autoridades de la Escritu ra, como vemos que lo hace tambien, cuando trata de dejar la hacienda á los parientes, luego trae (b) la Escritura que dice: Dispersit, dedit pauperibus: y el consejo de Cristo: Da pauperibus; Matth. c. 19, v. 21. No dijo, que diesemos nuestra hacienda á parientes, sino á pobres. Vió muy bien nuestro santo Padre, que todo esto era aquí menester, por ser este afecto tan natural, y con el cual nacemos todos, y está tan arraigado en nuestras entrañas, y tan apoderado de

nosotros.

Esta es una materia de mucha importancia para el Religioso, y asi muy tratada de los santos Basilio, Gregorio, Bernardo y otros muchos. Recogerémos aquí brevemente la sustancia de ella. Cuanto á lo primero: S. Basilio, in quæst. fusius disp. 32, trata muy bien cuanto le conviene al Religioso huír el trato y conversacion de parientes, y escusar sus visitas, y las idas á su tierra. Y trae muchas razones que muestran bien la importancia de esto: Nam supra hoc, quod illis nullam utilitatem exhibemus, insuper, et nostram ipsorum vitam, tumultibus, et turbatione replemus, et peccatorum occasiones attrahimus:

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