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CAPITULO VII.

fælicitas in viis eorum, & viam pa cis non cognoverunt. Psal. 13, v. 3. Y asi una de las causas principa

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santa.

Pero dirá alguno: ¿siempre habe

les, porque el bienaventurado S. Que alguna tristeza hay buena y Francisco I p. l. 1, c. 6 de su Crónica, deseaba ver en sus Religiosos esta alegria espiritual, era por esto: porque era indicio de que moraba Dios en ellos, y que estaban en su gracia y amistad: Fructus autem spiritus est gaudium, ad Galat. c. 5, V. 22, dice S. Pablo Esa alegria espiritual, que proviene y nace como de fuente de la limpieza de corazon, y de la pureza de vida, es fruto del Espíritu Santo, y asi es señal de que mora él allí. Y holgabase tanto S. Francisco de ver á sus Religiosos con esta alegria, que decia él: Si alguna vez me tienta el demonio à mi con acedia y tristeza de espíritu, pongome á mirar y considerar la alegria de mis frailes y compañeros, y luego con la vista de su alegria, quedo libre de la tentacion, como si viese Angeles. Ver la alegria de los siervos de Dios que estan en gracia y amistad suya, es como ver Angeles en la tierra, conforme á aquello de la Escritura: Vidi te quasi Angelum Dei. Esther c. 15, v. 16. Et bonus es tu in oculis meis sicut Angelus Dei. 1 Reg. c. 29, v. 9. .

mos de andar alegres? Nunca nos habemos de entristecer? ¿No hay alguna tristeza que sea buena? A esto responde S. Basilio, in regul. brev. 192, et 194, que alguna tristeza hay buena y provechosa. Porque una de las ocho Bienaventuranzas, que pone Cristo nuestro Redentor en el Evangelio, es:-Beati, qui lugent, quoniam ipsi consolabuntur: Matth. c. 5, v. 5. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Dice san Basilio, y S. Leon Papa, y traelo tambien Casiano, lib. 9 de instit. renunt., que hay dos maneras de tristeza, una mundana, que es cuando alguno se entristece de alguna cosa del mundo, como de sucesos adversos y trabajosos: y esta dicen, que no la han de tener los siervos de Dios. De S. Apolonio se lee en las vidas de los Padres, que predicaba á sus discípulos, que los siervos de Dios que tienen puesto su corazon en él, y esperan el reino de los cielos, no conviene que se entristezcan. Entristezcanse, dice, los gentiles, y los judíos, y los demas infieles, y lloren tambien sin cesar los pecadores; pero los justos, que con fé viva esperan go. zar de aquellos bienes eternos, alegrense y regocijense: Lætamini in

Domino, & exultate justi, & gloriamini omnes recti corde. Psalm. 61, V. II. Porque si aquellos que aman las cosas caducas y terrenas, se alegran y regocijan del buen suceso de ellas, ¿cuánta mayor razon tenemos nosotros de alegrarnos y regocijarnos en Dios, y en la gloria eterna que esperamos? Y asi el Apóstol S. Pablo, aun de la muerte de nuestros amigos y parientes, quiere que no nos entristezcamos demasiado: Nolumus autem vos ignorare fratres de dormientibus, ut non contristemini, sicut & cæteri qui spem non habent. I ad Thesal. c. 4. V. 12. No dice absolutamente que no nos entristezcamos; porque mostrar algun sentimiento de eso, es cosa natural, y no es malo, sino bueno, y señal de amor: Cristo nuestro Redentor lo mostró, y lloró en la muerte de su amigo Lazaro, y dijeron los circunstantes: Ecce quomodo amabat eum. Joan. c. 11, v. 24. Pero lo que dice S. Pablo es, que no nos entristezcamos, como los infieles que no esperan otra vida, sino que la tristeza sea moderada, consolandonos con que presto nos veremos todos juntos con Dios en el cielo: aquel va delante, luego irémos nosotros tras él. De manera que las cosas presentes de esta vida, aunque no las podemos dejar de sentir como hombres; pero no habemos de reparar mucho en ellas, sino tomarlas como de paso. Los que lloran, dice el Apóstol, 1 Cor. c. 7, v. 30,

como sino llorasen, y los que se gozan, como sino se gozasen.

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Otra tristeza hay espiritual y segun Dios esta es buena y provechosa, y conviene á los siervos. de Dios. Y esta, dice S. Basilio, y Casiano, (a) que se engendra de cuatro maneras, ó de cuatro cosas. Lo primero, de los pecados que habemos cometido contra Dios, conforme á aquello del Apóstol S. Pablo, 2 ad Corinth. c. 7, v. 9. Gaudeo, non quia contristati estis, sed quia contristati estis ad pœnitentiam, contristati enim estis secundum Deum, quæ enim secundum Deum tristitia est, pœnitentiam in salutem stabilem operatur: El llorar uno sus pecados, y entristecerse y dolerse por haber ofendido á Dios, esa es muy buena tristeza, segun Dios. Dice S. Crisóstomo una razon digna de ingenio: Ninguna pérdida hay en el mundo que se restaure con el dolor, pesar y tristeza, sino sola la del pecado: asi en todas las otras materias es mal empleado el dolor y la tristeza, sino es en esta; porque todas las demas pérdidas, no solo no se remedian con llorar y estar tristes, sino antes se aumentan y acrecientan con eso; pero la pérdida del pecado remediase con la tristeza y dolor, y asi eso habemos de llorar.

Lo segundo, se engendra y nace esta tristeza de los pecados de otros, de ver que Dios es ofendido y menospreciado, y que es quebrantada su ley. Esta es tam

(a) Idem August. serm. 11 ad fratres in eremo.

bien muy buena tristeza; porque nace de amor y zelo de la honra y gloria de Dios, y bien de las almas. Y asi vemos á aquellos santos Profetas, y amigos grandes de Dios, enflaquecidos y consumidos de esta tristeza y dolor, viendo los pecados y ofensas que se cometian contra su Magestad, y que ellos no las podian remediar: Defectio tenuit me pro peccatoribus derelinquentibus legem tuam. Psal. 118,53; 139, 158. Era tan grande la afliccion que por esta causa sentia el profeta David, que el dolor del ánima le enflaquecia el cuerpo, y le corrompia la sangre: Tabescere me fecit zelus meus: quia obliti sunt verba tua inimici mei. Et vidi prævaricantes, & tabescebam, quia eloquia tua non custodierunt. Pudriasele la sangre en el cuerpo de ver las injurias y ofensas que se hacian contra Dios. Y el profeta Jeremias está lleno de semejantes llantos y gemidos. Esta tristeza nos está muy bien á nosotros, y nos es muy propia; porque el fin de nuestro instituto es que el nombre de Dios sea santificado y glorificado de todo el mundo y asi el mayor de nuestros dolores ha de ser ver que esto no se haga asi, sino muy al reves.

Lo tercero, puede nacer esta tristeza del deseo de la perfeccion, que es tener una ansia tan grande de ir adelante en la perfeccion, que siempre andemos suspirando y llorando, porque no somos mejores y mas perfectos. Conforme á aqueIlo que dice Cristo en el Evange

lio: Beati qui esuriunt, & sitiunt justitiam, quoniam ipsi saturabuntur: Matth. c. 5, v. 6. Bienaventurados los que andan con esta hambre y sed de la virtud y perfeccion; porque ellos serán hartos: Dios les cumplirá sus deseos.

Lo cuarto, suele nacer tambien una tristeza santa en los siervos de Dios, de la contemplacion de la gloria, y del deseo de aquellos bienes celestiales, viéndose desterrados de ellos, y que se les dilatan: como lloraban los hijos de Israel en su destierro de Babilonia, acordandose de la tierra de promision: Super flumina Babilonis illic sedimus,

flevimus, cum recordaremur tui Sion. Psal. 136, v. 1. Y el profeta David lloraba el destierro de esta vida: Heu mihi, quia incolatus meus prolongatus est! Psal. 119, v. 5. ¡Ay de mí, que se me dilata mi destierro! Aquel, á ti suspiramos los desterrados hijos de Eva, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas, suspiros son que hacen muy buena y suave música á los oidos de Dios.

Casiano pone las señales para conocer cual sea tristeza buena y segun Dios, y cual mala y del demonio. Dice, que la primera es obediente, afable, humilde, mansa, suave y paciente. Al fin, como nace de amor de Dios contiene en sí todos los frutos del Espíritu Santo, que cuenta S. Pablo, ad Gal. c. 5, v. 22, que son caridad, gozo, paz, longanimidad, bondad, fé, mansedumbre, continencia; pero la

tristeza mala y del demonio, aspera, impaciente, llena de rencor, y amargura infructuosa, que nos inclina á desconfianza y desesperacion, nos retrae y aparta de todo lo bueno. Y mas, esta tristeza mala no trae consigo consuelo ni alegria ninguna; pero la tristeza buena y segun Dios, dice Casiano, est quodammodo læta: es en cierta manera alegre, y trae consigo un consuelo, y un conforte y aliento grande para todo lo bueno; como se ve discurriendo por todas esas cuatro maneras de tristeza que habemos dicho. El mismo andar uno llorando sus pecados, aunque por una parte aflige y da pena, por otra consuela grandemente. Por esperiencia vemos, cuan contentos y satisfechos quedamos cuando habemos llorado muy bien nuestros pecados y una de las cosas en que se echa mucho de ver la diferencia y ventaja grande que hay de la vida espiritual de los siervos de Dios á la vida de los del mundo, es en esto, en que sentimos mayor gozo y regocijo en nuestra alma cuando acabamos de llorar nuestros pecados, que el que sienten los mundanos en todas las fiestas y placeres del mundo. Asi pondera esto muy bien S. Agustin diciendo: si esta que es la primera de las verdaderas obras del que comienza á servir á Dios, si el llorar de los justos, si su tristeza les da tanto contento, ¿qué será la alegria y contento que sentirán, cuando el Señor los consuele en la oracion, y

les dé aquellos jubilos espirituales que él suele comunicar á sus escogidos? ¿Qué será cuando del todo los enjugue y limpie las lágrimas de sus ojos? Absterget Deus omnem lacrimam ab oculis eorum, & mors ultra non erit, neque luctus, neque clamor, neque dolor erit ultra. Apocal. c. 21, v. 4. Pues el andar siempre hecho un Jeremias, llorando los pecados agenos, bien se ve el sabor, gusto y satisfaccion que causa en el alma; porque es señal de buenos hijos ser muy zelosos de la honra de su padre. Pues el andar siempre anhelando y suspirando por la perfeccion, y con deseos de vernos ya en aquella patria celestial, ¿qué cosa puede haber mas suave y mas dulce, dice S. Agustin? 1. 37 medit. Quid enim pulchrius, quidve dulcius, Tuam inter tenebras hujus vitæ multasque amaritudines, divinæ dulcedini inhiare, & æternæ beatitudini suspirare, illicque teneri mente, illicque teneri mente, ubi vera haberi gaudia certissimum est? ¿Qué cosa mas dulce, que estar siempre suspirando por aquella gloria y bienaventuranza que esperamos, y tener siempre nuestro corazon á donde está el verdadero gozo, que es en el cielo?

De aqui se verá tambien, que la alegria que pedimos en los siervos de Dios, no es alegria vana, de risas y palabras livianas, ni de donaires y gracias, que ande uno parlando con todos cuantos encuentra; porque esa no seria alegria de siervos de Dios, sino dis

traccion, libertad y disolucion. Lo que pedimos, una alegria esterior que redunde de la interior. Conforme á aquello del Sabio: Cor gaudens exhilarat faciem: Prov. cap. 13. Asi como la tristeza del espíritu redunda en el cuerpo, de tal manera que viene á secar y consumir no solo las carnes, pero aun los huesos: Spiritus tristis ex

sicat ossa: Prov. c. 17, v. 22; asi la alegria interior del corazon redunda tambien en el cuerpo, y ha ce que se eche de ver en el rostro : y asi leemos de muchos Santos, que parecia en su rostro una ale gria y serenidad, que daba testimonio de la alegria y paz interior de su alma. Esta es la alegria que habemos nosotros menester.

TRATADO SEPTIMO,

DEL TESORO Y BIENES GRANDES QUE

TENEMOS EN CRISTO, Y DEL MODO QUE HABEMOS DE
TENER EN MEDITAR LOS MISTERIOS DE SU SA-
GRADA PASION, Y DEL FRUTO QUE HABE-
MOS DE SACAR DE ELLOS.

CAPITULO PRIMERO.

Del tesoro y bienes grandes que tenemos en Cristo.

At ubi venit plenitudo temporis, misit Deus Filium suum, factum ex muliere, factum sub lege, ut eos, qui sub lege erant, redimeret, ut adoptionem filiorum reciperemus: Ad Galat. cap. 4, v. 4. Cuando vino la plenitud del tiempo, dice el Apóstol S. Pablo, nos envió Dios á su Hijo. Todos los demas tiempos fueron como vacíos de gracia: este tiempo es lleno de ella, y de dones espirituales, y

por eso con mucha razon se llama
ley de gracia; porque en él se
nos dió esta gracia, que es fuente,
principio y manantial de todas
las gracias. Envió Dios à su Unige
nito Hijo, hecho hombre, para que
nos librase del pecado, para que nos
rescatase y remediase de la potes-
tad
tad y servidumbre del demonio

en

que estabamos: Nunc prin ceps hujus mundi ejicietur foras: Joan c. 18, v. 31, para que nos re

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