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mas que si la persona amada le enviase muchos presentes y dones y dones de su hacienda. Lo qual vemos en una madre, señora principal y rica, que ama mucho á su hijo ausente, que si le dicen que el hijo se acuerda y trata mucho de ella, y que siempre le hallan hablando de los regalos con que le criaba, y de los beneficios y buenas obras que siempre le ha hecho, y de los trabajos que por él ha padecido; mas lo aprecia, y mas contento y gusto recibe en oir esto de su hijo, que si le enviase muchas piezas de seda, y joyas de oro, sin tener memoria de ella.

mas

Pues de la misma manera, Dios nuestro Señor, que en todas las decosas guardó las propiedades y leyes del amor, tambien las guarda en esto, que es propiedad de los que mucho aman: y así desea y estima en mucho, que siempre nos acordemos de él, y pensemos en él, y en los beneficios y maravillas que por nosotros ha obrado. Especialmente, que si nos ejercitamos mucho en la memoria de estos beneficios no se pasará á mucho tiempo sin que se despierte en nosotros el deseo de servir de veras al Señor por ellos.

Blosio, c. 2 mon. spiritual., re

á él no se

quiera de aquí, que pues le hizo de mal el padecer por nuestro amor, que no se nos haga á nosotros de mal el acordarnos de lo que padeció por nosotros. De S. Francisco, 6 part. lib. 1, c. 86 de su Crónica, se cuenta, que una vez andando él junto á nuestra Señora de Porciuncula, llorando y lamentándose en altas voces, acertó á pasar por allí un hombre honrado, siervo de Dios, que le conocia, el cual viendo al Santo tan triste y lloroso, pensando haberle sucedido alguna desgracia y trabajo, se llegó á él, y le preguntó, ¿qué tenia, ó qué le daba pena? Respondió el Santo con muchas lágrimas y sollozos: Duélome mucho, y lloro por los grandes tormentos y penas que dieron á mi Señor Jesucristo tan sin culpa, y de ver cuan olvidados estamos los hombres de tan sumo beneficio, habiendo nosotros sido la causa de su Pasion.

CAPÍTULO III.

Del modo que habemos de tener en meditar la Pasion de Cristo nuestro Redentor, y del afecto de compasion que habemos de sacar de ella.

fiere de la santa virgen Gertrudis, E

que entendió del Señor, que cuantas veces uno mira con devocion la imágen de Jesucristo crucificado, tantas es mirado amorosamente de la benignísima misericordia de Dios. Pues saquemos si

modo que habemos de tener en la meditacion de la Pasion de Cristo nuestro Redentor, es el que los Maestros de la vida espiritual enseñan comunmente, que habemos de tener en la oracion. En la cual advierten, que no se nos ha

de ir todo en meditar y discurrir por la historia, sino que lo principal ha de ser mover nuestra voluntad con afectos y deseos: los cuales se forman primero en el corazon, para que despues á su tiempo salgan en obra; y eso ha de ser en lo que habemos de insistir y detenernos mas en la oracion. Así como el que cava y ahonda para sacar agua, ó para descubrir algun tesoro, en topando con lo que busca, pára, y no da mas azadonada: así en descubriendo con la meditacion y consideracion del entendimiento el oro y tesoro de la verdad y afecto que buscais, en topando con el agua viva, de que está deseosa y sedienta vuestra ánima, no habeis de cavar ni ahondar mas con el entendimiento, sino deteneros en esos afectos y deseos de la voluntad, hasta hartaros de esa agua, y matar vuestra sed, y quedar satisfecho porque ese es el fin que se pretende en la oracion, y el fruto que habemos de sacar de ella; y á eso se han de ordenar y enderezar todas las meditaciones, y consideraciones y discursos del entendimiento. Pues este mismo modo habemos de guardar en la meditacion de la Pasion de Cristo nuestro Redentor. Y así iremos diciendo los afectos que habemos de sacar de esta meditacion, y en que habemos de insistir, apuntando juntamente algunas consideraciones que nos despierten á ellos.

Muchos son los afectos en que podemos aquí ocuparnos y dete

nernos con mucho fruto; pero comunmente los reducen los que tratan de esto, á siete géneros ó maneras de afectos. El primero es compasion. Compadecerse uno de esto, es recibir pena de su pena, y dolor de su dolor, acompañándole en sus trabajos con sentimiento y lágrimas de corazon, con lo cual parece que se reparte el trabajo y dolor entre ámbos, y con el que yo tomo compadeciéndome, queda el otro mas aliviado, y con menor dolor y afliccion como por el contrario, cuando uno muestra holgarse de su mal y trabajo, y se rie y hace burla de él, hace que su trabajo y dolor sea mayor, y que lo sienta mas. Y aunque es verdad, que no podemos nosotros de esta manera hacer, que los dolores y trabajos de Cristo nuestro Redentor le sean mas ligeros, porque ya son pasados; pero con todo eso le es á él muy agradable esta nuestra compasion, porque por ella en cierta manera hacemos nuestros sus dolores y trabajos. Y así dice el Apóstol S. Pablo: ad Rom. c. 8, v. 17. Si autem filii, et hæredes: hæredes quidem Dei, cohæredes autem Christi: si tamen compatimur, ut et conglorificemur: Si tomamos y traspasamos en nosotros los dolores de Cristo, compadeciéndonos de ellos, seremos herederos de la gloria juntamente con él.

Para despertar en nosotros este afecto de compasion, nos ayudará considerar la grandeza de los dolo

res, penas y tormentos que Cristo nuestro Redentor padeció; porque como dicen los Teólogos, y los Santos, fueron los mayores que se han padecido, y se pueden padecer en esta vida, conforme á aquello del profeta Jeremias: O vos omnes, qui transitis per viam, attendite, & videte, si est dolor similis, sicut dolor meus. Threnor. c. 1, V. 12. Lo primero en su cuerpo no hubo parte que no padeciese gravísimos dolores y tormentos: A planta pedis usque ad verticem non est in eo sanitas, dice Isaías: c. 1, v. 6. Los pies y las manos enclavadas, la cabeza traspasada con la corona de espinas, el rostro afeado con salivas, y herido con bofetadas, todo el cuerpo acardenalado con azotes, y descoyuntado con el tormento de la cruz: Dinumeraverunt omnia ossa mea. Psalm. 12, v. 18.

Y no solamente fue su dolor en el cuerpo, sino tambien en el anima; porque aunque la naturaleza humana estaba unida con la persona divina; empero así sintió la acerbidad de la Pasion, como si no hubiera aquella union. Añadese á esto, que para que este dolor fuese mayor, quiso él carecer de todo consuelo. Y eso es lo que dijo estando en la cruz: Deus meus, Deus meus, ut quid dereliquisti me? Matth. cap. 27, v. 46. Los santos Martires en sus tormentos eran recreados con un consuelo celestial y divino, que les hacia sufrirlos, no solo con animo, sino con alegria; y Cristo nuestro Redentor

para padecer mas por nuestro amor, cerró las puertas por todas partes á todo género de alivio y consolacion, así del cielo, como de la tierra, cuanto á la porcion inferior, y así fue desamparado, no solo de sus amigos y discípulos, sino tambien de su Padre: Factus sum sicut homo sine adjutorio inter mortuos liber: Ps. 87, v. 5. Fuí hecho como hombre sin favor y ayuda, siendo yo solo el que entre los muertos estaba libre del pecado, y de merecer muerte ni pena.

Basta para entender la grandeza de los dolores de Cristo, que de solo imaginarlos y pensar en ellos, sudó en el huerto sudor de sangre con tanta copia y abundancia, que corria en tierra. Pues ¿qué seria el padecerlos, si solo el pensarlos causó tanta pena y agonía en él? Finalmente, fueron tales y tan rigurosos sus trabajos y dolores, que dicen los Santos, que ninguno pudiera vivir con ellos sin milagro que le conservase la vida; y así fue necesario valerse Cristo de su divinidad, para no morir en ellos; pero lo que la divinidad allí obraba, no era no sentir los trabajos, sino que el escesivo dolor y sentimiento no le acabase la vida, para así poder padecer mas: donde podemos considerar y ponderar la misericordia y liberalidad del Señor, que para que los santos Martires no sintiesen los tormentos, hacia milagros, y en sí los hace, para padecer y sentirlos mas por nues

tro amor.

Fuera de estos dolores esterio res que atormentando su cuerpo, atormentaban juntamente su ánima, como habemos dicho, tuvo Cristo nuestro Redentor otros dolores interiores, que inmediatamente atormentaban su alma santísima , que fueron mucho mayores que esos otros; porque desde el instante de su concepcion hasta el punto en que murió, tuvo siempre presentes todos los pecados de los hombres, hechos desde el principio del mundo, y todos los que se habian de hacer hasta el fin de él; y como por una parte amaba tanto á Dios, y veía que eran injurias y ofensas suyas, y por otra parte amaba tanto las almas, y veía que eran en daño y perdicion de ellas, y que con ofrecer él su Pasion y muerte para su remedio, con todo eso tanta infinidad de almas no se habian de querer aprovechar de ella, sino que habian de querer mas la muerte que la vida; érale esto una espada de dos filos, que le heria por ambas partes; la una por la ofensa de Dios; y la otra por el daño y condenacion de las almas. Y así no se pueden decir ni pensar los dolores incomparables que de esto recibia aquella ànima santísima. Pues todo esto junto con los tormentos, dolores y afrentas, que representándosele en la oracion del huerto, le hicieron sudar sangre en tanta abundancia, que corria en tierra, y todo lo demas que en su vida santísiua padeció, tuvo siempre de

lante de sus ojos, desde el instante de su concepcion hasta que espiró en la cruz, conforme á aquello del Profeta: Psal. 37, v. 18. Et dolor meus in conspectu meo semper. De donde podemos entender, que toda su vida fue como el dia de su Pasion. Y aun á veces suele dar mayor pena y tormento, el estar esperando la adversidad y trabajo, que el padecerlo. De manera que toda su vida fue un mar de inmensos dolores, que sin cesar de noche y de dia, sin medida atormentaban aquella alma sacratísima.

Pues quien por menudo consideráre, y ponderáre todas estas cosas, y que el que las padece es el mismo Hijo de Dios, y que las padece por nosotros, y por puro amor nuestro, corazon mas que de piedra ha de tener, si no se mueve á compasion. Y así dice S. Bernardo: (a) Pues la tierra tiembla, y las piedras se quiebran, y los monumentos se abren, y el velo del templo se rompe, y el sol y la luna se oscurecen; razon será que nosotros nos compadezcamos de lo que el Señor padeció por nosotros. No es razon que seamos mas duros que las piedras, y mas insensibles que las criaturas irracionales: pártasenos el corazon de dolor, y rómpansenos las entrañas: Fili mi Absalon, Absalon fili mi, quis mihi tribuat, ut ego moriar pro te, Absalon fili mi, fili mi Absalon! Hijo mio Absalon, Absalon hijo mio, ¡quién me diese que yo muriese por tí! Si es

(a) Bern. ser. Feria 4 hebdomada Sanctæ. Matth. 27, v. 34 & 51.

to decia el rey David, 2 Regum c. 28, 33, sintiendo la muerte del hijo que murió, por perseguirle y quitarle el reino; cuanto mayor razon será que lo digamos nosotros, sintiendo la muerte del Hijo de Dios, que murió por librarnos del cautiverio del demonio, y darnos el reino de su Padre Eterno.

CAPITULO IV.

Del afecto del dolor y contricion de nuestros pecados, que habemos de sacar de la meditacion de la Pasion de Cristo nuestro

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Señor.

segundo afecto en que nos habemos de ejercitar, y procurar sacar de la meditacion de la Pasion del Señor, es dolor y contricion de nuestros pecados. Este es uno de los frutos mas propios que podemos sacar de ella, por descubrirsenos en ella tanto la gravedad y malicia del pecado; la consideracion del remedio nos ha de abrir los ojos, y hacer que echemos de ver la gravedad de la enfermedad, dice S. Bernardo ser. 3 de Nativitate. Agnosce, d homo, quam gravia sunt vulnera, pro quibus necesse est Dominum Christum vulnerari! ¡O hombre, conoce y entiende cuan grande es la llaga que tuvo necesidad de tan costosa medicina! No hay cosa que tanto declare la gravedad del pecado, aunque entre en ello el infierno que se le debe para siempre jamas, como es,

que es tan grande mal el pecado, que fue menester que Dios se hiciese hombre para pagar esta deuda: porque de otra manera no se pudiera pagar ni satisfacer de todo rigor de justicia, y quedára menoscabada la justicia de Dios; porque la ofensa habia sido en cierta manera infinita, porque habia sido contra Dios infinito, y así hombre puro no pudo satisfacer por ella, por la distancia grande que hay entre Dios, y hombre puro: era menester, que el que satisfaciese fuese persona de infinita dignidad, igual al injuriado y ofendido, y tan bueno como él. Declaran esto los Teólogos con un ejemplo. Da un pastor, ó labrador, hombre comun y bajo, de palos, ó un bofeton al Rey; claro está que no quedará el Rey satisfecho con hacer dar de palos, ú otro bofeton á aquel, ni aunque le haga dar doscientos azotes, cientos azotes, ni aunque le ahorque; porque hay mucha distancia de él al Rey: ¿qué tiene que ver bofeton, é injuria del Rey, con bofeton, ó muerte de un pastor? Pues ¿cómo se podia satisfacer aquel Rey?

Sabeis cómo? Si aquel fuera, ó le hicieran Rey tan grande como él, y entonces le ofreciera satisfaccion igual: con eso quedára satisfecho.

Pues así es acá: habia el hombre vil y bajo y apocado, polvo y ceniza, ofendido é injuriado al Rey del cielo y de la gloria : habia, como si dijesemos, dado un bofeton á Dios; porque eso hace

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