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cialmente intraducibles. De este género son uxorius, auritas, belluosum, y algunos mas que Horacio aplica con una verdad admirable á un rio, á las encinas, al mar etc. Reemplazarlos con otros que espresasen, lo mas vigorosamente que fuese posible, su significacion, ó sustituirles perífrasis breves y enérgicas, era el único partido que habia que tomar, y el que yo he tomado por consiguiente. Hai otros, que el carácter de nuestra lengua y su filiacion de la latina permiten castellanizar, ó, lo que es lo mismo, adoptar con la sola diferencia de la terminacion. Así yo no he escrupulizado en trasladar á mi traduccion las calificaciones de capripedos, pomifero y centimano, que el original da á los sátiros, al otoño y á un gigante monstruoso, y que por su orígen, por su analogía con otros adjetivos admitidos, y por la necesidad que tiene la poesía de vozes semejantes, seria injusto desechar. Por una razon que coincide con la anterior, no he temido tampoco emplear ciertas palabras, que no están ó introducidas ó generalizadas, como

hastioso, cuitoso, y otras de esta clase, cuyo sentido no se desenvolveria exactamente sin un rodeo. Algunas vezes tambien, por una licencia, sin la cual no podria haber traductores, no he titubeado en sustituir á un adjetivo del original, que no tenia medios de traducir con rigor, otro que convenia igualmente al sustantivo calificado, y que, escribiendo en castellano, Horacio mismo no hubiera tenido reparo en emplear. En suma, miéntras que la necesidad de presentar la idea con exactitud no me ha obligado absolutamente á sacrificar la gala de la espresion, me he hecho un deber de traducir todos los epítetos significativos. Sin imponerse esta y las demas condiciones, que he enumerado en el párrafo anterior, las poesías traducidas se diferenciarian tanto de las originales, como una mujer hermosa, vestida groseramente, andando con negligencia, y espresándose con dificultad, de otra cuya belleza realzasen la elegancia del traje, la gracia de los movimientos y los encantos de la conversacion.

Á estas leyes, á que en mi opinion se

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somete todo el que emprende traducir obras poéticas, hai que añadir ciertas atenciones y miramientos, que la urbanidad y la conveniencia recíproca han establecido en el modo de tratar á los huéspedes, en cuya categoría debe el que traduce considerar á su autor. Las diferentes maneras de ver los objetos, producto necesario de la diferencia en los usos y las costumbres, suelen hacer que en un siglo sea baja una espresion que fué noble en otro tiempo; y esta es la razon por que se ven en las obras del lírico inmortal de Venuso imágenes que hoi no seria permitido emplear. Y ¿quién entre nosotros se atreveria en una oda elegante y delicada á designar las cabras con la perífrasis de mujeres del hediondo marido, olentis uxores mariti, que dice nuestro poeta? ¿Quién en una oda pindárica, rica de pensamientos nobles, brillante por la pompa de la diccion, diria que los amigos vulgares y las cortesanas abandonan á los poderosos, luego que han apurado hasta la hez de sus toneles, cadis siccatis cum fæce, que dice Horacio?

Y un traductor, atento á conservar el tono del original, ¿no estará obligado á dar un giro mas noble á semejantes imágenes? Las consideraciones de que aparecerian bajas pasando á otra lengua, de que destruirian el prestigio de la composicion de que hiciesen parte, y de que perjudicarian á la intencion misma del autor, que sin duda contó empleándolas con un efecto ventajoso, que hoi no podrian ya producir, ¿no deberian empeñar al traductor á hacer ciertas modificaciones en este sentido, y á sustituir á una figura de un uso local y circunscrito, falsa ó desagradable fuera de su posicion, otra capaz de una aplicacion mas genérica, y por consecuencia ménos sujeta á inconvenientes? ¿Qué se diria de un opulento señor de la corte, que recibiendo, y debiendo retener en su casa á uno de sus parientes de las montañas, no le hiciese dejar el traje que gastaba en su pais, y que, aun teniendo todos los talentos y las virtudes imaginables, no podria conservar sin esponerse á la befa de los cortesanos? Estas re

flexiones ú otras semejantes, susceptibles de una infinidad de aplicaciones, hicieron probablemente decir á un escritor célebre, que en punto de traducciones una fidelidad estrema es una estrema infidelidad.

La importancia de estas supresiones ó sustituciones era mucho mayor en las sátiras y en las espístolas, donde, ya fuese solo efecto del uso, que autorizaba ciertos modos de hablar contrarios á la decencia y á los miramientos que se deben recíprocamente los dos sexos, ya culpa del poeta, que cedíó á las inspiraciones de una imaginacion demasiado libre, se ven designados por sus nombres objetos y acciones, que los progresos de la civilizacion y el respeto debido. á las costumbres no permiten ya señalar, sino por medio de circunloquios decentes y delicados. La necesidad de justificar en cada caso el empleo de estos rodeos, la de probar la conveniencia de suprimir una imágen, ó de reemplazarla con otra, y por úl– timo la imposibilidad, en que á pesar de su esmero y de sus esfuerzos, debia encon

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