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PRÓLOGO.

Hace cerca de cuatro siglos que los literatos mas distinguidos de la Europa empezaron á publicar ediciones de las obras de Horacio, y á vengarlas así del olvido de los siglos medios. Á las ediciones del testo siguieron inmediatamente las de los escolios de los an

tiguos gramáticos, y á estas las de los comentarios históricos y gramaticales, con que muchos sabios del siglo XVI facilitaron la inteligencia de los pasajes oscuros, é hicieron concebir á otros el designio de trasladar á sus lenguas respectivas unas producciones, que sepultadas por largo tiempo en los archivos de los monasterios, bastó hacerlas conocer para que escitasen un entusiasmo general. Pero mientras que la Italia, la Alemania y la Francia cogian en ensayos de versiones mas ó ménos completas, mas ó ménos estimables, el fruto de las tareas que algunos de sus ilustres hijos consagraban á esta ocupacion, mas trascendental de lo que se cree á los progresos de la literatura, España, que habia sido y era todavía un plantel de humanistas y de poetas, España, que acababan de ilustrar, ó ilustraban á la sazon los Lebrijas y Olivas, los Sánchez y Abriles, los Herreras y Leones, vió por una fatalidad singular espirar aquella edad de gloria, sin que le quedasen mas que traducciones medianas de algunas odas, y una mala version del arte poética.

Si el siglo XVI no habia dado á la España una traduccion de Horacio, no se debia esperar este servicio del siguiente, en que la falsedad de los conceptos y la hinchazon del estilo sucedieron á la exactitud de los pensamientos y á la pureza de la espresion; en que los equívocos pueriles, las paranomasias ridículas, los hipérboles monstruosos y las metáforas estravagantes, se levantaron sobre las ruinas del gusto clásico. Así es que el siglo XVII no produjo mas que una nueva y poco apreciable version de la epístola á los pisones, otra malísima del primer libro de las odas, y las de una ú otra pieza, hechas á la verdad por poetas que en algun modo pertenecian al siglo anterior, pero que sin embargo dejaban aun mucho que desear.

Los defectos que afeaban las dos traducciones que existian del arte poética movieron en el siglo último á don Tomas Iriarte á emprender de nuevo este trabajo; pero evitando muchas ó casi todas las faltas que justísimamente habia notado en el de sus predecesores, no pudo este laborioso humanista pre

servarse de otra, acaso mas importante, y que le era absolutamente imposible evitar. Todo español medianamente instruido sabe que la naturaleza no habia dotado á Iriarte de aquella imaginacion ardiente, de aquella concepcion vigorosa, que son las cualidades elementales de un talento poético, y sin las cuales la instruccion mas estensa y el gusto mas delicado nunca bastarán á formarlo. Es verdad que la epístola á los pisones es una composicion en que no hai, ni podia haber arrebatos de imaginacion, y en que Horacio, ligado por las reglas del género didáctico, debia, como lo hizo, encadenar su fantasía, y emplear un tono familiar y sencillo ; pero este género admite tambien giros particulares y modismos poéticos, y, como se probará en su lugar, puede elevarse á vezes, si no á la sublimidad de la lira, á la majestad del coturno. Esta diferencia de tonos que la naturaleza de la composicion autorizaba, exigia una gran flexibilidad de talento en el autor original, de que el traductor debia participar hasta cierto punto á lo ménos, y que

Iriarte estaba mui léjos de poseer. Con su traduccion del arte poética, insoportable por el prosaismo abrumador, que constituye el carácter particular de todas sus producciones en verso, subsistia la necesidad de una

nueva.

Así pues, ya bien entrado el siglo XIX, y cuando aun las naciones mas atrasadas tie ́nen un gran número de versiones de todos los clásicos, la España no tiene una de Horacio, es decir, del príncipe de los líricos latinos, de uno de los primeros líricos del mundo. Cuando digo esto, supongo que no se contará por traduccion la de don Felipe Sobrado, impresa en la Coruña en 1813, ni mucho menos la de Villen de Biedma, impresa en Granada en 1599, ni la del padre Urbano Campos, impresa en Leon en 1682. Esta última es una malísima y mutiladísi

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1 La singular dedicatoria que hizo este traductor á la santísima Trinidad servirá para hacer formar una idea de su estilo, de su gusto y del modo con que desempeñaria el trabajo de la traduccion, el mas delicado que podia emprender un literato. He aquí un

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