Tebas, y á Jason en Colcos. Una de las condiciones que á este último se impusieron para hacerle dueño del famoso vellocino, de que mas adelante tendré ocasion de hablar, fue la de combatir contra una multitud de hombres armados, en que se habian de convertir los dientes de un dragon que el paladin debia sembrar en un campo. En cuanto á Cadmo, los hombres, en que tambien se trasformaron otros dientes de dragon sembrados por él en Tebas, se mataron entre si, apenas nacidos; y en el furor recíproco que se les atribuyó, se personificó el que bajo una ú otra forma dividió desde el origen del mundo á todos los individuos de la especie humana. Ya alguno de los pocos sábios que procuraron desentrañar el origen de las fábulas paganas, descubrió el de la de Cadmo en la historia de aquel ilustre aventurero. El dragon, de que se le supuso vencedor, era un príncipe llamado Dracon. Los dientes que sembró del vencido, fueron los soldados diseminados de aquel príncipe; la conversion de aquellos dientes en hombres, fue la reunion de los dispersos, etc. Anibal, hablando de estos portentos, y declarando que ni ellos, ni el de la Hidra, ni ningun otro escedian á lo que se podia decir de los romanos, llevó el elogio tan lejos como ellos llevaban el engreimiento de su nombre. Por lo demas, el poeta, dando aqui á Tebas el epiteto de Echionia, señaló á la ciudad por la denominacion que debió á Echion, yerno de Cadmo, que ayudó á su suegro para la construccion de la ciudad. V. 65. Pulchrior... Por fortior. V. 69. Carthagini jam non ego nuntios... Despues de la batalla de Cannas, habia despachado Anibal á su cuñado Magon á Cartago, con la noticia de aquel gran suceso, y con muchos millares de anillos, hallados sobre los cadáveres de los caballeros romanos muertos en la accion. Horacio hace contrastar las consecuencias de la batalla de Cannas con las del suceso del Metauro, cuando pone en boca de Anibal las palabras « ya no enviaré á Cartago mensageros de victoria. » V. 70. Occidit, occidit... Esta repeticion es muy enérgica. V. 73. Nil Claudia... Aqui no habla ya Anibal, sino el poeta, que todavia recuerda en este último cuarteto la eminente consideracion que desde el nacimiento de la república mereció la familia de los Claudios, á que pertenecia el Neron, vencedor de Asdrubal, y los entenados de Augusto, vencedores de los réticos y los vindelicios. ODE V. AD AUGUSTUM. Divis orte bonis, optime Romulæ Sancto concilio, redi. Lucem redde tuæ, dux bone, patriæ; 5 Affulsit populo, gratior it dies, Et soles meliùs nitent. Ut mater juvenem, quem Notus invido Cunctantem spatio longiùs annuo, Dulci distinet à domo, Votis, ominibusque, et precibus vocat, 10 V. 75. Curæ sagaces... «Cuidado y prevision; a que con razon juzgaba el poeta necesarios, aun cuando se contase con la proteccion de los dioses. V. 76. Per acuta belli... Esto es, per maxima discrimina belli, como interpreta Torrencio. ODA V. A AUGUSTO. Conservador de la Romulea gente, Gran príncipe que al suelo Dió favorable el cielo, ¡Ay! harto estás ya ausente; Torna á tu pueblo triste, Torna, cual al senado lo ofreciste. Vuelve su luz á la afligida Roma; Cual sol de primavera, Tu faz radiante asoma, Rebosa la ventura, Y resplandece el sol con luz mas pura. . Retiene separado Del dulce hogar paterno El envidioso noto, Su madre llama con ferviente voto, Busca auspicios, y fija dolorida Ojos quo ardiente esplaya, TOMO II. 18 Sic desideriis icta fidelibus, Quærit patria Cæsarem. Tutus bos etenim rura perambulat ; Nullis polluitur casta domus stupris; 15 20 Quis Parthum paveat? Quis gelidum Scythen? 25 Bellum curet Iberiæ ? Condit quisque diem collibus in suis, Te multă prece; te prosequitur mero 30 En la sinuosa playa; Tal la patria impelida De su leal anhelo, Busca en César su gloria y su consuelo. Nutren Ventura y Ceres mieses blondas; Seguro el buey pausado Por ti pace en el prado; Por ti el mercader vuela, Y de su buena fé nadie recela. No ya el vicio el hogar casto inficiona; Del hijo parecido Al esposo querido, Se engrie la matrona; Ley y costumbre enfrena; Compañera del crímen es la pena. ¿Quién los hijos de la hórrida Germania, Ni al medo enfurecido, Ni al escita aterido, De la feroz Espania Quién temerá la guerra, Mientras que César rija la ancha tierra? A los olmos las vides enlazando Pasa el labriego el dia, En su grata alquería; Y a su casa tornando, En la mesa postrera Reconocido tu deidad venera; Y con preces te acata y con cantares, Y en tu honor libaciones |